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¿Santidad de la sangre o de la vida?

 

       1 La prohibición bíblica con respecto a la sangre ¿se refiere solamente a la sangre de un animal sacrificado por el hombre, o también a la carne de un animal muerto por causas naturales o desgarrado por algún depredador? Y ¿qué decir de las transfusiones de sangre? ¿Entran también estas en el mandato bíblico de abstenerse de la sangre? Puesto que estas preguntas están relacionadas con un mandato de Dios para los hombres, las respuestas correctas no pueden basarse en nuestro punto de vista, y tampoco en las elucubraciones de aquellos cuyas «manos derraman sangre inocente» (Proverbios 6:1617), porque se han hecho responsables de la muerte de centenares de personas. Solamente puede hallarse en la Escritura, regresando al origen y causa de este mandato de Dios para la humanidad.

 

       2 Dice la Escritura que hacia el final del sexto día o período de creación, dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, que sea semejante a nosotros y tenga autoridad en los peces del mar, en las aves de los cielos, en todas las bestias de toda la tierra y en todos los diminutos seres de su suelo”. Y Dios creó al hombre a su imagen; los hizo varón y hembra y los creó a imagen divina» (Génesis 1: 2627). Ahora bien, es importante resaltar que Dios especificó también cual sería su alimento. Leemos: «He aquí que os doy como alimento toda la hierba que siembra su semilla sobre la superficie de la tierra y todo árbol que tenga fruto y siembre su semilla» (Génesis 1: 29), estableciéndole con esto, una dieta vegetariana.

En principio, los animales no debían servir para alimentarse ni para cualquier otra cosa que no hubiese sido establecida por Dios, el creador del orden perfecto de aquel paraíso terrestre, destinado con el tiempo, a ser extendido hasta los confines de la tierra por el hombre.

 

       3 Sin embargo, el hombre y su compañera decidieron rebelarse contra la autoridad de Dios, y la desobediencia que hubiese debido llevarles hacia la iluminación y la independencia, puso fin a su íntima relación con la fuente de la vida, su Creador y Padre. Desde entonces, el equilibrio original fue alterado, y el hombre, expulsado del Edén, habitó la tierra aún inculta de la que había sido tomado. Sin embargo, su alimentación no cambió. Tal vez nos preguntemos, ¿Por qué razón tenían Abel y también Jabal, descendiente de Caín, rebaños de ovejas? En realidad, las ovejas pueden criarse por distintos motivos: para aprovechar la lana, para producir leche y queso, y también para curtir y emplear la piel, incluso dice la Escritura que «Yahúh Dios proporcionó al hombre y a su mujer túnicas de piel, y los cubrió» (Génesis 3:21) Pero seguramente, en aquel  tiempo los  hombres no se alimentaban aún de carne, porque si no, esta declaración de Dios a Noé tras el diluvio, no hubiese tenido sentido: «Pongo en vuestras manos a toda ave del cielo, a todo lo que en el suelo se mueve y a todos los peces del mar. Desde ahora cualquier animal puede serviros de alimento, igual que las plantas verdes que os di, pero no tenéis que comer la carne con su alma, o sea, con su sangre» (Génesis 9:24)

 

       4 Tras la rebelión del hombre, la población de la tierra aumentó, y con el pasar del tiempo, leemos que «la tierra estaba corrompida ante Dios, y llena de violencia. Dios la observó, y he aquí que estaba arruinada porque todos los humanos habían pervertido su camino. Entonces Dios dijo a Noé: “el final de toda la carne está ante mí, porque a causa de ellos, la tierra está llena de violencia. He aquí que voy a destruirlos junto con la tierra» (Génesis 6:1113) El diluvio universal y los fenómenos que lo provocaron, causaron grandes cambios en el clima terrestre. Con esto, la disponibilidad de plantas comestibles escaseó, y Dios dio entonces autorización a Noé para que, además de la vegetación, comiese carne. En Génesis 9:3 leemos: «Todo animal que se mueve con vida será para vosotros comida; os los doy todos, lo mismo que os di la vegetación…» Estas palabras confirman que el propósito inicial de Dios, era que la humanidad fuese vegetariana, y que solo después permitió comer carne animal, pero no la sangre, puesto que añadió: «pero no comeréis la carne con su vida, o sea, con su sangre» (Génesis 9:4). La sangre representa el alma o la vida del cuerpo, y la vida pertenece a Dios. De hecho, si un animal, por sano que esté, pierde su sangre, pierde la vida. Este decreto establece pues la santidad de la vida, no la de la sangre como algunos sostienen erróneamente. Por tanto, según el mandato de Dios a Noé, el hecho de comer la sangre de un animal sacrificado, implica una violación de la santidad de la vida.

 

       5 Este decreto constituye una ley universal que se aplica a todos los descendientes de Noé, que según las Escrituras, son todos los hombres. Ahora bien, el hecho de comer la carne de un animal ya muerto por causas naturales o matado por otro animal, ¿puede tal vez constituir una violación de esta ley? Si contestamos a estas preguntas podemos hallar la respuesta:

¿Quién es responsable de la muerte del animal? y ¿puede la sangre de un animal que ha muerto representar aún su vida?

Si el hombre no es responsable de la muerte del animal, comer su carne sería seguramente un riesgo para su salud, pero nunca una violación del decreto divino, puesto que la sangre que queda en un animal que ha muerto, no puede ya representar una vida que no existe. Esta declaración de la Ley entregada a Moisés, lo confirma: «puesto que la vida de todo ser vivo es su sangre, yo digo a los hijos de Israel para su propia vida: “No comeréis la sangre de ninguna clase de carne, puesto que la sangre es la vida de toda carne y cualquiera que la coma, será cortado. Pero cualquiera, que coma la carne de un animal muerto de muerte natural o desgarrado por otro, sea nativo del país o residente forastero, tendrá que lavar sus ropas y bañarse en agua, y quedará impura hasta el atardecer, luego estará limpio» (Levítico 17:14...15).

 

       6 El 15 de Octubre de 1983, la revista “La Atalaya” publicada por los Testigos de Jehová, intentó en su rúbrica “Preguntas de los lectores”, dar una respuesta al artículo titulado “Santidad de la Vida”, publicado en el opúsculo informativo La Vía, y escribieron: «¿Pudiera ser que la prohibición bíblica tocante a la sangre aplicara solamente a la sangre de una víctima matada por el hombre, y no a la carne de algún animal que hubiera muerto por sí mismo y no hubiera sido desangrado, ni a la sangre de algún animal o algún ser humano que estuviera vivo?

Hay quienes han razonado de esa manera, y han señalado a algunos versículos bíblicos que aparentemente apoyan ese punto de vista. Así, han sostenido que no sería incorrecto aceptar una transfusión de sangre de un donante vivo. Tal razonamiento pudiera parecer válido, pero si se examinan cuidadosamente los versículos que se utilizan y otros textos bíblicos que se relacionan con este asunto, hay indicación de que Dios espera que su pueblo evite la ingestión de sangre y el sostenerse la vida con sangre, sea que ésta provenga de una criatura viviente o de una que esté muerta».

Resulta evidente que alguna de estas afirmaciones están en claro contraste con las Escrituras. Y ¿Cuales son los versículos que apoyan estas conclusiones? Solamente se hace mención de Deuteronomio 14:21, que dice así: «No comeréis una bestia muerta de muerte natural; podéis darla al residente forastero que está dentro de tus puertas para que la coma o podéis venderla a un extraño, porque tú eres un pueblo consagrado a Yahúh, tu Dios».

 

       7 Ahora bien, este versículo no contradice en absoluto lo que dice Levítico 17:15, o sea, que Israel era un pueblo consagrado a Dios y debía por tanto permanecer puro. Y puesto que según la Ley, el comer la carne de una bestia hallada muerta, contaminaba y hacía al hombre impuro hasta el atardecer, como al tocar un cadáver, pues «cualquiera que toque un cadáver quedará impuro hasta el atardecer» (Levítico 11:24), el hecho de alimentarse con un animal muerto de enfermedad, de vejez o de algún otro modo extraño a la mano del hombre, era considerado en la Ley, una cosa antihigiénica que contaminaba al que lo hacía, por esto debía ser evitado, pero si esto no era posible, la persona debía lavar su ropa, bañarse y quedar impuro por un corto período.

Curiosamente, con respecto a estas cosas: «El libro Aid to Bible Understanding (página 51) señala que a veces el término “residente forastero” se refería a una persona que habitaba entre los israelitas y no era prosélito en sentido pleno. Parece que en Deuteronomio 14:21 se trata de esta clase de persona, un hombre que no estaba esforzándose por guardar todas las leyes de Dios y que pudiera haber tenido sus propios usos para un cuerpo muerto que los israelitas y los prosélitos consideraban inmundo». (Véase también la versión Perspicacia para Comprender las Escrituras, página 826) No se sabe en qué se basa esta declaración ni qué apoyo pueda tener, sin embargo, lo más grave es que según ellos, el residente forastero no estaba obligado a observar la Ley entregada a Moisés para todo el pueblo. Esto sí que realmente es agarrarse a un clavo ardiente, puesto que en Números 15:15 leemos: «Habrá un solo estatuto para toda la comunidad, para vosotros y para el residente forastero que habita entre vosotros. Será una ley perdurable de generación en generación. Delante de Yahúh, el residente forastero será igual que vosotros».

Por otra parte, en el texto hebreo de Levítico 17:15, que mostramos aquí:

וְכָל־נֶפֶשׁ אֲשֶׁר תֹּאכַל נְבֵלָה וּטְרֵפָה בָּאֶזְרָח וּבַגֵּר וְכִבֶּס בְּגָדָיו וְרָחַץ בַּמַּיִם

el término hebreo GER גָּר traducido como residente forastero, que se presenta en Deuteronomio 14:21 y en Números 15:15, debe ser traducido “prosélito” o “convertido”, según dice The Global Yeshiva's Communities. Y de esta manera lo traduce la versión de los Setenta, traducción en lengua griega de las Escrituras hebreas, que setenta y dos expertos realizaron en la antigüedad, y que traduce por más de setenta veces el término GER גָּר como προσηλύτοις prosélito. Así, en Levítico 17:15 leemos:

«Καὶ πᾶσα ψυχή, ἥτις φάγεται θνησιµαῖον θηριάλωτον ἐν τοῖς αὐτόχθοσιν ἐν τοῖς προσηλύτοις πλυνεῖ τὰ µάτια αὐτοῦ καὶ λούσεται ὕδατι καὶ ἀκάθαρτος ἔσται ἕως ἑσπέρας»

 

       8 Otra cosa importante que los Testigos de Jehová deberían recordar, es que Dios mismo dice: «Yo, Yahúh, no cambio» (Malaquías 3:6). El mandato entregado a Noé para todos sus descendientes, o sea, para toda la humanidad, no podía ser pues derogado 850 años más tarde por la Ley entregada a Moisés. Pablo escribe refiriéndose a un caso similar: «…un testamento precedentemente establecido por el mismo Dios, no puede ser declarado nulo por una ley que llegó cuatrocientos treinta años más tarde» (Gálatas 3:17) Por esta razón, si el comer la carne de un animal muerto naturalmente o matado por otro, constituyese una violación de la Ley, como ellos afirman, podría también decirse que la Ley entregada a Moisés para el pueblo de Israel, incitaba a violar la Ley universal declarada por Dios a Noé para todos sus descendientes, cuando prescribe: «una bestia muerta de muerte natural podéis darla al residente forastero que está dentro de tus puertas para que la coma, o la podéis vender a un extraño». ¿No son acaso descendientes de Noé, el residente forastero y el extraño? La conclusión correcta, es que el hecho de comer la carne de un animal que ha muerto por causas naturales o por otro animal, solo hacía impuro quien la comía, por ser algo higiénicamente inapropiado y un riesgo para la salud, sin embargo no implicaba en absoluto la violación de la Ley. Por esta razón, la Escritura dice de quien lo hiciese: «tendrá que lavar sus ropas y bañarse en el agua, y será impuro hasta el atardecer, entonces será puro».

Pablo escribe: «Dios os ha dado la vida con él (Jesús, ndr), cancelando todos vuestros pecados, al anular el documento escrito que os era adverso, (la Ley, ndr) clavándolo en el palo» (Colosenses 2:14). Después del sacrificio de Jesús, la Ley entregada a Moisés dejó ser vigente, pero la Ley universal con respecto a la santidad de la vida, establecida por el mandato de Dios a Noé y sus descendientes, permanece en vigor.

 

       9 En el libro de los Hechos de los Apóstoles, dice Lucas que los apóstoles y los presbíteros de la congregación cristiana, se reunieron en Jerusalén para tomar decisiones con respecto a la vigencia de la circuncisión y otros precepto de la Ley, llegando a esta conclusión que fue declarada por Jacobo (Santiago o Sant Yago, ndr), y que algunos traducen así: «Por lo tanto, es mi decisión el no perturbar a los de las naciones que están volviéndose a Dios, sino escribirles que se abstengan de las cosas contaminadas por los ídolos, y de la fornicación, y de lo estrangulado, y de la sangre» (Hechos15:19...20)

El texto griego de este versículo dice literalmente:

 «διὸ ἐγὼ κρίνω µ παρενοχλεῖν τοῖς ἀπὸ τῶν ἐθνῶν ἐπιστρέφουσιν ἐπὶ τὸν θεόν, ἀλλὰ ἐπιστεῖλαι αὐτοῖς τοῦ ἀπέχεσθαι τῶν ἀλισγηµάτων τῶν εἰδώλων καὶ τῆς πορνείας καὶ τοῦ πνικτοῦ καὶ τοῦ αἵµατος·». Queremos señalar que cuando la preposición griega kai, está repetida dos o más veces en una misma frase, el primer kai debe ser traducido “o sea”, no “y”. Por esta razón la traducción correcta del versículo sería:  «Por esto, opino que no se debe turbar (con los preceptos de la Ley, ndr) a las personas de las naciones que se convierten a Dios, pero se les escriba que se abstengan de la contaminación de los ídolos, o sea, de la fornicación, y de los animales sofocados y de la sangre».

Y es que de hecho, la gente de las naciones estaba familiarizada con unas prácticas socialmente bien consideradas, como la prostitución sagrada destinada a enriquecer al sacerdocio, o la costumbre de celebrar fiestas y comidas en los templos, donde junto con la familia y los amigos, se participaba de la carne y de la sangre de los sacrificios ofrecidos a los dioses. Por esto, las palabras de Jacobo se referían al comportamiento de los gentiles que se convertían a Cristo, y decretaban la exigencia de renunciar a esta complicidad con la idolatría y sus usos sociales, que eran totalmente impropios de los discípulos Cristo. De todos modos, su declaración confirma también la universalidad del pacto de Noé, incluso tras la conclusión de la Ley de Moisés.

 

       10 Tal vez, alguien podría preguntarse si el uso de componentes sanguíneos en los preparados farmacéuticos implicaría una violación de la Ley de Dios con respecto a la santidad de la vida. Además ¿Qué decir en cuanto a las transfusiones de sangre?

A la luz de lo que hemos considerado, podemos responder a estas cosas con una pregunta: ¿Representa la sangre utilizada, la vida del animal o de la persona donante? Porque si el donante no muere, la donación no puede representar la pérdida de una vida que se conserva. Las personas que desean respetar la Ley universal entregada a Noé, deben ciertamente evitar el comer la carne de un animal que no haya sido desangrado, medida higiénica que hoy se considera imprescindible, evitando también los alimentos elaborados con la sangre de animales sacrificados. Pero de acuerdo con la Escritura, el tomar medicamentos que contengan componentes sanguíneos o recibir transfusiones de sangre, no viola ningún mandato de Dios, siempre que estas cosas no requieran la muerte del donante, una cosa realmente improbable. Donar o aceptar sangre es por tanto una elección lícita y personal, que puede representar un cierto riesgo de contagio, pero por lo demás, no existe ningún motivo en las Escrituras hebreas o cristianas para que estas cosas se transformen en un problema religioso.