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El Rescate

 

Un rescate es el precio que se paga para recomprar a alguien o para liberarle de alguna servidumbre. El pago del rescate más significativo, es el de la sangre derramada por Jesús Cristo en favor de la humanidad. Satisfaciendo el valor del rescate de la vida de los hombres, Cristo les abrió el camino a la existencia permanente, haciendo posible el que fueran justificados mediante la fe, quedando libres del pecado y por consiguiente, de la muerte heredada de Adán.

 

¿Por qué se hacía necesario el pago de un rescate para que los hombres pudiesen obtener la vida eterna?

 

El apóstol Pablo lo explica así:

Igual que por causa del primer hombre el pecado entró en el mundo, por causa del pecado, la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos heredaron el pecado.” (Romanos 5:12)

Esta es pues desde el principio, la condición congénita de los descendientes de Adán, pero Pablo habla de la liberación de esta servidumbre y escribe: “…la humanidad no fue sometida a la futilidad por voluntad propia si no por la culpa de aquel que transgredió. Por esto también mantiene la esperanza de llegar a ser emancipada de la esclavitud a la corrupción, para poder participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios.” (Romanos 8:20-21)

 

No obstante, antes de que la humanidad pudiese llegar a esta emancipación, tenía que ser reconciliada con Dios y para esto, tenía que ser redimida del pecado, porque la tendencia al pecado es innata al hombre y “el salario por el pecado es la muerte… (Romanos 6:23)

Por causa del pecado, el humano nacido de mujer es escaso en días y pródigo en sufrimientos; se abre y se seca lo mismo que un brote, cómo una sombra, pasa sin detenerse… (Job 14:1-4)

y ...va acercándose a la fosa, y su vida a los exterminadores (la cresa, los gusanos)”. (Job 33:22)

Para remediar este hecho, nada pueden hacer los hombres; por sí mismos no pueden cambiar este destino; viven unos pocos años y desaparecen. Por este motivo, a los ojos de Dios, la humanidad no tiene vida, está muerta, y en armonía con esto, cuando uno de los discípulos de Jesús respondió a su llamada diciéndole: Señor, permíteme que primero sepulte a mi padre”, él le contestó:¡Tú sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos! (Mateo 8:21-22)

 

En el libro de los Salmos leemos: Ningún hombre puede rescatar a su hermano o pagar a Dios el precio de su propio rescate, porque es tan alto el rescate de la vida, que nunca lo alcanzaremos para seguir viviendo sin ver jamás el sepulcro”, (Salmo 49:7-9)

y sin embargo, la Escritura dice en otro lugar: “...si se hallase a un ángel favorable, a uno solo entre los miles, que haciendo de mediador apoyase su justificación, a uno que mostrándole compasión, dijese: ‘¡Yo he hallado un rescate para él, redímelo de bajar a la fosa!’ Su carne se tornaría más lozana que en su vigor y volvería a los días de juventud. Suplicaría a Dios y él le escucharía, y le mostraría con alegría su rostro, puesto que entonces el hombre sería restituido a la rectitud...(Job 33:23-26)

 

¿Quien sería el ángel favorable que cumpliese los requisitos necesarios para mediar en el rescate de la humanidad?

 

De él escribe Pablo: “Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer, y bajo la Ley (Gálatas 4:4) Este hijo de Dios había nacido cómo hombre y estaba bajo la Ley de Israel entregada a Moisés. Una ley que establecía que los que hubiesen caído en servidumbre por sus deudas, tenían legalmente derecho a ser redimidos por sus hermanos, o por los hermanos y parientes de su padre, (Levítico 25:47-48) y especificaba que la compensación ofrecida cómo rescate, debía ser equivalente en todo al valor de la deuda. (Deuteronomio 19:21)

 

Sin embargo ¿Quien podía ofrecer una vida sin pecado ni muerte, una vida equivalente en todo al valor de la perdida por Adán? Solamente Jesús. Por adecuarse plenamente a los requisitos establecidos en la Ley de Israel, él era el único hombre que podía rescatar a la humanidad; él había nacido sin pecado porque no descendía de Adán y había obedecido hasta en el menor detalle, el espíritu y la letra de aquella Ley entregada por Dios, que decía: “Guardad mis preceptos y mis estatutos. El hombre que los cumpla, vivirá gracias a ellos”, (Levítico 18:5) por consiguiente, según esta disposición, tenía derecho a vivir sin morir.

 

Pedro confirma que Jesús “…no cometió pecado ni hubo en sus palabras engaño…” (1Pedro 2:22) Y el apóstol Pablo escribe: Verdaderamente, que grande y misericordioso es este secreto sagrado, que se manifestó a través de un cuerpo que satisfizo los requisitos de la Ley, se presentó a los ángeles en espíritu, fue anunciado a las naciones para darse a conocer al mundo, y fue ascendido a la gloria”. (1Timoteo 3:16) Y dice en otro lugar: Está escrito que el primer Adán fue hecho alma viviente, y el último Adán, un espíritu dador de vida”. (1Corintios 15:45)

 

Jesús poseía una vida sin muerte equivalente en todo a la recibida de Dios por Adán y pagó con ella el precio del rescate de la vida de los descendientes del único hombre que había nacido cómo él, de Dios (Lucas 3:22 y 38), o sea que era hijo del mismo padre que él y por esto, hermano suyo, un parentesco que le permitía rescatar legalmente a la humanidad de su servidumbre a la muerte.

 

La provisión del rescate revela lo que Dios siente por la humanidad

 

Juan nos revela lo que Dios siente por los hombres, cuando escribe: “… Dios manifestó el amor que siente por nosotros enviando a su Hijo unigénito al mundo, para que por medio de él obtuviésemos la vida. Así que no hemos sido nosotros quienes hemos amado a Dios, ha sido él quien nos ha amado a nosotros, demostrándonos su amor al enviar a su Hijo como sacrificio expiatorio por nuestros pecados.” (1Juan 4:9-10)

Y Pablo argumenta: “Aunque tal vez alguno se arriesgaría a morir por una persona recta, es difícil que alguno se ofrezca a morir por una que sea culpable. Y sin embargo, Dios nos demuestra su amor en el hecho de que Cristo murió por nosotros mientras aún éramos pecadores.” (Romanos 5:7-8)

 

¿Qué se requiere para que nos beneficiemos del sacrificio de Jesús?

 

Solamente que pongamos fe en nuestro redentor Jesús Cristo y le seamos obedientes. La Escritura dice que él, “… después de haber sido hecho perfecto, llegó a ser el agente de la salvación eterna para todos los que le obedecen.” (Hebreos 5:9) Y también que “…el que cree en el Hijo tiene vida eterna, pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, porque la cólera de Dios permanece sobre él”. (Juan 3:36)

 

¿Qué efecto debe tener el rescate ofrecido por Cristo en el desarrollo de nuestras vidas?

 

Debemos esforzarnos en revestir una personalidad que refleje la de Cristo, para vivir en armonía con la voluntad de Dios.

El apóstol Pedro escribe: Jesús “… ofreció su cuerpo en sacrificio por nuestros pecados, para que muertos al pecado, viviésemos para la justicia. De modo que vosotros habéis sido sanados a causa de sus heridas.” (1Pedro 2:24) Y Pablo exhorta así a los discípulos de Cristo: “El generoso don de Dios se ha hecho disponible para que todos los hombres puedan ser salvados y nos educa para rechazar la maldad y los deseos de este mundo. De esta manera podemos vivir en él con sabiduría, justicia y lealtad, mientras estamos esperando que nuestra bendita esperanza se realice y nuestro excelso y divino salvador Jesús Cristo se manifieste en la gloria. Puesto que él se entregó por nosotros, para rescatarnos de nuestra condición pecaminosa y constituir un pueblo que le pertenezca, que sea puro y diligente en obras buenas.” (Tito 2:11-14)