El
Propósito de la Vida
1
¿Pensamos en cuál es la fuente y el propósito de la vida? Por lo general, todos
los seres vivientes tienen la facultad de desarrollarse, de reaccionar frente a
estímulos externos y de reproducirse, aunque sus comportamientos difieren de
acuerdo con sus funciones y capacidades. Sin embargo, el hombre es el único ser
de la tierra con la facultad de preguntarse el origen y el propósito de la
vida.
Si como
muchos dicen, la vida no corresponde a un proyecto intencionado y es producto del caos o del azar, la vida
sería un accidente y estaría desprovista de propósito, pero las probabilidades
de su origen casual exponen matemáticamente la insostenibilidad de este hecho,
incluso si se adorna y justifica con el transcurso de millones de años. La
posibilidad de que una sola proteína sencilla pueda formarse de
modo casual es de una en
10113, (10 elevado a
113), y para la vida se necesita mucho más que una simple proteína; para
que una sola célula se mantenga activa se necesitan
2000 proteínas diferentes, y la
probabilidad de que todas ellas se produzcan en un mismo lugar y se combinen por
azar, es de una en 1040000,
(10 elevado a 40.000). Si
nos molestamos en realizar estos cálculos, veremos que la afirmación de que la
vida surgió espontánea y casualmente del caos es realmente insostenible;
solamente aquellos empeñados en ignorar otra opción se aferran a ella, e incluso
los más fervientes defensores de la evolución darwiniana, comprenden que esta teoría expone con muchas e insuperables
lagunas y cierta superficialidad, una sucesión de transformaciones, pero nunca
el origen de la vida.
La opción
que tantos se esfuerzan en ignorar, es la de la
existencia de una inteligencia creadora, y esto nos insta a reflexionar seriamente en cuanto a la fuente de vida y al propósito de su
creación.
2
La arqueología moderna y muchos de los antiguos testimonios históricos que han
llegado a nosotros, dan a conocer datos que apoyan y dan credibilidad a unos
relatos que fueron escritos y compilados durante un período de más de mil
quinientos años, con el fin de dar a conocer a los hombres el desarrollo del
designio del Creador para la
Tierra y para la vida que hay en ella.
Estos
relatos o libros están reunidos en las Escrituras Bíblicas canónicas. Comienzan
con el primer libro de Moisés, que inicia con estas palabras: “En
el principio creó Dios los cielos y la tierra”,
(Génesis 1:1) y concluyen con el libro de la revelación a Juan, conocido
con el nombre de Apocalipsis, donde se dice por enésima vez: “Tú,
Yahúh, eres digno de la gloria y del poder porque tú creaste todas las
cosas, y existen y han llegado a ser
por
voluntad tuya”.
(Apocalipsis 4:11)
En armonía con esto, cuando el pueblo
ateniense condujo a Pablo hacia el Areópago para que les informase de lo que
estaba predicando, él comenzó su discurso identificando a la fuente de la vida,
y dijo: “el
Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, es Señor del cielo y de
la tierra... él es quien ha dado a todos la vida, el aliento y todas las
cosas... por él vivimos, nos movemos y existimos”.
(Hechos 17:24…25, 28)
3
Todos los seres que habitan la tierra se mueven animados por su fuerza vital;
por este motivo la palabra alma, que es sinónimo de ánima, no describe ni se
refiere a una substancia inmortal, como tantos piensan, sino a un “ser animado”
o dotado de vida. Dice la
Escritura: “Yahúh
Dios formó al hombre a partir del polvo del suelo, y al soplar en su nariz el aliento de la vida, el hombre fue
hecho un ánima
viviente”.
(Génesis 2:7) Y
“cuando Yahúh Dios puso al hombre en el jardín de Edén para que lo cultivara y
lo cuidara, le dio esta orden: “Puedes comer del fruto de todos los árboles del
jardín, menos del árbol del bien y del
mal. No comas el fruto de ese árbol, porque si lo comes, ciertamente morirás”.
(Génesis 2:15…17)
La
presunción de la supervivencia del ánima
del hombre
tras la muerte del cuerpo, está destinada a paliar el temor a dejar de ser. Esta
idea procede de las filosofías antiguas, e incluso puede decirse que su origen
se menciona en el libro del Génesis, cuando contradiciendo las palabras del
Creador, la “antigua
serpiente”
(Apocalipsis 12:9) dice “a
la mujer: ¡De ningún modo moriréis!”
(Génesis 3:4)
Esta
creencia también fue adoptada por muchos judíos cuando la Judea quedó sometida al dominio y a la
influencia del imperio griego, pero no concuerda con el texto de las Escrituras
canónicas, donde la palabra “nefesh” o alma, se aplica a un ser vivo, sea humano
o animal, como leemos en el libro del Génesis, que dice: “Dijo
Dios: Aparecerán en la tierra ánimas vivientes según su especie; animales
mansos, diminutos seres y todas las bestias selváticas de la tierra. Y así
ocurrió; Dios hizo a todas las bestias selváticas de la tierra según su especie,
a los animales domésticos según su especie y a todo diminuto ser de la tierra
según su especie. Y vio Dios cuan bueno era”.
(Génesis
1:24…25)
4
Salomón escribe: “Los
vivos saben que han de morir, pero los
muertos no saben nada... y no
vuelven ya a participar en todo lo que sucede bajo el sol”,
(Eclesiastés
9:5…6) y el profeta Ezequiel escribe de
parte de Yahúh: “He aquí que todas las almas
son mías, el alma del padre es mía igual que el alma del hijo; el alma pecadora morirá”. (Ezequiel
18:4)
Ahora bien,
el hecho de que el hombre viva unos pocos años para dejar descendencia y
desaparecer tras la muerte ¿Cumple el destino que Dios le atribuyó en un
principio? ¿Cuál es el significado del fruto del árbol del bien y el mal?
Dios había
dotado al hombre de conciencia y de libre albedrío, pero nunca de la autoridad de establecer personal y subjetivamente, con independencia de su Creador, lo que es el bien y lo que es el mal;
el ignorar este hecho supondría una ruptura con la fuente de la vida, que le
llevaría a la muerte. De hecho, Dios no le habla de la muerte como de un suceso
normal e inevitable, más bien le advierte de lo que la desobediencia a las leyes
que velan por el bienestar de toda su creación, provocaría.
5
Por otro lado, en
medio del jardín estaba “el árbol de la vida”, (Génesis 2:9) y la presencia de este árbol da a
entender que el hombre tenía a su alcance la vida, una vida sin muerte, pero
como escribe Pablo: “por causa de un solo
hombre el pecado entró en el mundo y por
causa del pecado entró la muerte, y la muerte se extendió a todos los
hombres porque todos heredaron el pecado”. (Romanos 5:12) Y es que “el
salario por el pecado es la muerte, pero el generoso don de Dios es la vida
eterna mediante Jesús Cristo, nuestro señor”.
(Romanos 6:23)
El hombre
eligió libremente ignorar las disposiciones de su Creador para establecer las
suyas propias, y en armonía con su elección, Dios dejó la Tierra en sus manos para que
comprobase el resultado de su gestión. Desde entonces “los
cielos son cielos de Yahúh, pero él ha
entregado la
Tierra a los hijos del hombre”,
(Salmo 115:16) y la humanidad ha
vivido durante el tiempo
“en
el que el hombre domina sobre el hombre para su mal”.
(Eclesiastés
8:9)
Pero esta
situación no tenía que durar por siempre y según las promesas que se hallan en
las Escrituras, terminará con el reinado de Cristo; “entonces,
cuando esto que es corruptible haya revestido la incorruptibilidad, y esto que
es mortal, la inmortalidad, se cumplirá la palabra que fue escrita: «La muerte ha sido tragada para
siempre»” (1Corintios 15:54; Isaías
25:8)
6
El propósito fundamental de Dios con respecto al hombre, sigue pues siendo el
mismo desde el principio de la creación y tampoco ha cambiado su designio para
la Tierra, él
“no
la ha formado para el caos, la ha creado para ser
habitada”,
(Isaías 45:18) y por medio de Isaías, declara: “la palabra que sale de mi boca no volverá a
mí ineficaz, sino que efectuará lo que deseo y llevará a cabo aquello para lo que yo la
envié”.
(Isaías
55:11)
También el
rey David, que era profeta, escribió: “Los
justos poseerán la tierra y habitarán en ella para
siempre”,
(Salmo 37:29) y confirmando estas palabras, Jesús proclamó: “Bienaventurados
son los apacibles, porque ellos heredarán
la
Tierra”.
(Mateo 5:4)
La muerte
no era por tanto el propósito del Creador para sus hijos; como Juan escribe:
“Dios
es amor”,
(1Juan 4:8) y “tanto
amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo unigénito para que todo el que ejerza
fe en él no sea destruido sino que
tenga vida eterna”.
(Juan 3:16) Fue su voluntad proporcionar a la humanidad una vía de
justificación que fuese coherente con sus leyes, de manera que “si
por la transgresión de uno solo, reinó la muerte, por medio de un solo hombre, Jesús Cristo, la vida reinará en aquellos que reciben
el generoso don de la justificación”
pues “tal
como por una sola transgresión, la
condena se extendió a todos los hombres, por un solo acto de justicia, la
justificación que da la vida se extiende a todos los hombres”.
(Romanos
5:17…18)
7
Sin embargo, el seguir un camino en conflicto con las pautas que el Creador ha
establecido, anula para los bautizados en Cristo cualquier esperanza futura,
porque priva de la vida sin muerte que Dios garantiza mediante la redención
ofrecida por Jesús. Dice Pablo que a los “que
han gustado la excelente Palabra de Dios y las maravillas del mundo futuro, y
aún así se vuelven atrás, no es posible que se les conceda convertirse de nuevo,
porque sería como volver a sacrificar al Hijo de Dios por su causa, exponiéndolo
a la pública vergüenza”.
(Hebreos
6:4…6)
Esta
advertencia se repite en las Escrituras desde el Génesis hasta el Apocalipsis, y
por este motivo Pablo recuerda a los discípulos: “no
os dejéis desviar, pues con Dios no se puede jugar y cada cual recogerá según lo
que haya sembrado. El que siembre para los deseos del cuerpo, recogerá del
cuerpo la corrupción (la
muerte),
mientras que el que siembre para el espíritu, recogerá del espíritu la vida
eterna”.
(Gálatas 6:7…8)
Cuando
Pablo se presentó ante el procurador romano Félix para defenderse de las falsas
acusaciones que los judíos le imputaban, le dijo:
“esto te confieso, yo sirvo al Dios de mis padres según la Vía que ellos llaman
secta, y creo en todas las cosas que están escritas en la Ley y en los profetas, poniendo en Dios la esperanza, que
comparto también con ellos, de que habrá una resurrección de los justos y de
los injustos”.
(Hechos 24:14…15)
8
En realidad, ni Jesús ni los apóstoles hablaron nunca de otra esperanza de vida
que no fuese la prometida resurrección del último día, una esperanza que Jesús
recordó a su pueblo diciendo: “esta
es la voluntad del que me ha enviado: que cualquiera que él traiga a mí no sea
echado fuera, sino que yo lo resucite el último día. Porque esta es la
voluntad de mi Padre: que todo aquel que reconozca al Hijo y crea en él, tenga
vida eterna y yo le levante en el último día”.
(Juan 6:39…40) “No
os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los
sepulcros oirán su voz y saldrán, los que hayan hecho el bien para una
resurrección de vida y los que hayan hecho el mal, para una resurrección de
juicio”.
(Juan 5:28…29)
Jesús dijo
a Marta: “Yo
soy la resurrección; el que cree en
mí, aunque muera vivirá”,
y refiriéndose al momento de su retorno, dijo “todo
el que viva y crea en mí,
no morirá jamás ¿Crees tú esto? Ella
le dijo: Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía
que venir al mundo”
(Juan 11:20…27) Esta tiene que ser
la respuesta de sus discípulos, que son aquellos que le esperan y ponen fe en
todas sus palabras.
9 Desde
el comienzo de su predicación, Jesús anunciaba: “convertíos,
porque el reino de los cielos se ha acercado”.
(Mateo 4:17) A pesar de que todavía
no era el momento de que el reino de Dios se estableciese en la tierra, Jesús,
el futuro rey del reino, estaba ya entre ellos.
Lucas
escribe que “después
de su muerte de sacrificio, él les dio pruebas (a
sus apóstoles y discípulos) de estar vivo y se les
apareció durante cuarenta días para hablarles de las cosas relacionadas con el
reino de Dios”. (Hechos 1:3) Luego se despidió de ellos
y su figura desapareció alzándose hacia el cielo, y dice Lucas que entonces:
“se les aparecieron dos hombres con vestiduras
blancas, que dijeron: Hombres de Galilea ¿Por qué estáis con la mirada fija en
el cielo? Este Jesús que desde entre vosotros ha sido ascendido a los cielos, retornará del mismo modo que le habéis
visto marcharse al cielo”. (Hechos
1:10…11)
Más tarde,
Juan recibió de Jesús una visión de la instauración del reino de Dios en
la Tierra, y
escribe: “El
séptimo ángel hizo sonar su trompeta, y potentes voces en el cielo dijeron: El
reino del mundo ha llegado a ser el reino de nuestro Soberano y de su Cristo, y
él reinará por los siglos de los siglos”.
(Apocalipsis
11:15)
10 Los seguidores de Cristo
siempre han vivido en este mundo injusto y violento, sostenidos por la fe en sus
promesas y la esperanza en su retorno y en su reinado de justicia. Pedro
escribió para ellos: “Hay algo que no debéis perder de
vista hermanos, y es que para Yahúh un día es como mil años y mil años como un
día”. (2Pedro 3:8) pero,
“según su promesa, nosotros estamos esperando unos
nuevos cielos y una nueva tierra, que albergarán la justicia”. (2Pedro 3:13)
Los tiempos
de Dios no corren lo mismo que el de hombres que solo viven algunos años y se
duermen en el profundo sueño de la muerte. En la muerte ya no hay consciencia, y
los que duermen en ella no cuentan el tiempo hasta su despertar; por esto el
tiempo de espera ha sido más o menos el mismo para todas las personas de todas
las pasadas generaciones.
No
obstante, el retorno de Cristo es una esperanza cierta y fidedigna para los que
ponen fe en sus palabras, y el
apóstol Pablo les exhorta diciendo: “manteneos
firmes e inamovibles, amados hermanos míos, teniendo siempre mucho que hacer
en la obra del Señor y siendo conscientes de que vuestra trabajo para el
Señor no es inútil”,
(1Corintios 15:58) porque “Cristo,
tras haberse ofrecido una sola vez para abolir por siempre los pecados de
muchos, volverá a manifestarse de nuevo
en una segunda ocasión, pero ya no en relación al pecado, sino a los que
le esperan para ser
salvados”.
(Hebreos 9:28)