¿Por qué la Ley de Moisès?
La Ley que Dios entregó al pueblo de Israel a través de Moisés,
servía para establecer principios morales, evidenciar el pecado, corregir a los
pecadores y mantener al pueblo separado de las demás naciones, dándole una
identidad particular hasta la llegada del Mesías prometido.
Los israelitas salieron
de Egipto, y
“Yahúh dijo a Moisés: ‘Sube por la montaña hacia mí y espera allí; voy a darte
unas tablas de piedra donde he escrito los mandatos de la Ley, para instruirles’”. (Éxodo 24:12)
Después de darles
mandatos basados en principios de integridad y de justicia, habló al pueblo a
través de Moisés y dijo: “Guardaréis mis mandatos y no adoptaréis ninguna de las
abominables costumbres que ellos (las naciones que habitaban en la tierra que
Dios entregaba a Israel) practicaban antes de que llegaseis; no debéis contaminaros con
ellas porque yo soy Yahúh, vuestro Dios”. (Levítico 18:30)
También advirtió al
pueblo, diciendo a Moisés: “Dirás a los hijos de Israel: Cualquier hombre de los hijos
de Israel y de los extranjeros que moran en Israel, que entregue a Moloch su
descendencia (porque
los otros pueblos sacrificaban a sus hijos ante el dios Moloch, arrojándolos al
fuego)
tendrá que morir y morirá, será apedreado por las gentes de la tierra”. (Levítico 20:2)
Según la promesa que
Dios había hecho a Abraham, de Israel tenía que venir el Mesías que salvaría a
la humanidad de la esclavitud a la muerte, por esto les dijo: “Yo, vuestro Dios Yahúh,
os he separado de los pueblos… Para mí seréis santos, porque yo, Yahúh,
soy santo, y os he separado de los demás pueblos para que me pertenezcáis”. (Levítico 20:24-26)
Sin embargo, el apóstol
Pablo reconoce: “Nosotros sabemos que la Ley es buena cuando se hace de ella un uso
legítimo, pero también sabemos que la Ley no está hecha para el justo si
no para los que son delincuentes y rebeldes, para los malvados y pecadores,
para los incrédulos y los profanos, para los que maltratan padre o madre, para
los homicidas, para los fornicadores, los depravados, los traficantes de
esclavos, los embusteros, los que juran en falso, y para todos aquellos que contradicen
la enseñanza sana que está en armonía a la gloriosa buena nueva del Dios
feliz”. (1Timoteo
1:8-11)
La Ley reflejaba cosas reales que los hombres no pueden ver,
puesto que, cómo dice Pablo, todo lo visible se ha originado a partir de lo que
no se ve (Hebreos 11:2), y también predecía las buenas cosas por venir.
Para la construcción del
Tabernáculo, Dios le dijo a Moisés: “Mira, y hazlo todo según el modelo que se te ha
mostrado en el monte”. (Éxodo 25:40)
Refiriéndose a Jesús
Cristo, Pablo escribe: “…nosotros tenemos un sumo sacerdote tan excelso, que se ha sentado
en los cielos a la diestra del trono de la Majestad, cómo ministro consagrado del tabernáculo verdadero, construido, no por los hombres, si
no por Dios. Pero todo sumo sacerdote es nombrado para presentar ofrendas y
sacrificios, de modo que era necesario que también él tuviese algo que ofrecer,
y si Jesús hubiese permanecido en la tierra, no hubiese podido siquiera llegar
a ser sacerdote, porque ya están los que presentan las ofrendas según la Ley, atendiendo a un servicio que es una figura o sombra de las realidades celestes,
pues a Moisés se le dijo cuando recibió el mandato divino de construir un
tabernáculo: ‘Procura hacer todas las cosas según el modelo que se te ha
mostrado en el monte’, pero él ha recibido un ministerio mucho más excelso por
ser el mediador de un pacto mejor, uno establecido legalmente sobre promesas
mejores, porque si el pacto anterior hubiese sido perfecto, no se hubiese hecho
necesario establecer otro”. (Hebreos 8:1-7)
Luego dice: “Porque según la Ley, casi todas las cosas se purifican por medio de la sangre, y sin derramamiento de sangre
no hay redención. Y tal como en aquel tiempo fue necesario purificar cosas
que solamente eran una figura de la realidad celeste, también lo era
purificar la realidad celeste misma, pero por medio de sacrificios más
excelentes, puesto que Cristo no entró en el Santo de un tabernáculo
construido por los hombres, figura del verdadero, si no en el cielo
mismo, para presentarse delante Dios en favor nuestro.” (Hebreos
9:22-24)
Y vuelve a decir más
adelante: “La
Ley
contiene solo una sombra de los bienes futuros, no la realidad misma de las
cosas”. (Hebreos
10:1) Por ejemplo, los levitas que tenían según la Ley, el encargo de cuidar del pueblo, habían sido elegidos por Yahúh para prefigurar a la
congregación de los primogénitos, o sea, a los que constituyen el cuerpo de
Cristo. Dios dijo a Moisés: “He aquí que he tomado a los levitas de entre los hijos de
Israel, para que ocupen el lugar de todos los primogénitos… pues los
primogénitos son míos, son para mí. Yo soy Yahúh”. (Números 3:12-13)
Ellos prefiguraron a los
discípulos de Cristo y por este motivo, Pablo les escribe: “…vosotros os habéis
acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios viviente que es la Jerusalén celeste, a la entera asamblea de miríadas de ángeles, a la congregación de los
primogénitos inscrita en los cielos, al Dios juez de todos, a los espíritus
de los justos que han sido hechos perfectos, a Jesús, el mediador de un nuevo
pacto o testamento, y a la sangre de aspersión que habla más elocuentemente que
la de Abel”.
(Hebreos 12:22-24)
La Ley puso de manifiesto que el hombre necesitaba un Redentor y
condujo por lo tanto, a Cristo.
La Ley de Israel decía:
“Cumpliréis mis
mandamientos y guardaréis mis leyes caminando en ellas, pues yo soy Yahúh
vuestro Dios. Observaréis mis mandatos, pues yo soy Yahúh, y el hombre que
cumpla mis leyes vivirá gracias a ellas”. (Levítico 18:4-5)
Y citando la Ley, Pablo escribe: “…de
la justificación que se obtiene mediante la Ley, dice Moisés: ‘El hombre que practique todas estas cosas, vivirá gracias a ellas’”. (Romanos 10:5)
Pero ningún hombre hasta
que llegó Jesús, había sido capaz de cumplir perfectamente el espíritu y la
letra de la Ley y obtener una vida sin muerte gracias a su comportamiento.
Por esto dijo Jesús ante
quienes le acusaban de violar la Ley: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento”. (Mateo 5:17)
Pablo pregunta: “…entonces ¿Por qué la Ley? La Ley se introdujo por causa de las transgresiones, hasta el momento en que la progenie
que había recibido la promesa se manifestase, y fue ratificada por ángeles y
por un mediador…” Por tanto “…la Ley ha sido para nosotros como un tutor que nos ha conducido
a Cristo, para ser justificados mediante la fe”. (Gálatas 3:19,
24) Jesús mismo había dicho: “Es necesario que se cumpla todo lo que está
escrito acerca de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas
y en los Salmos”. (Lucas 24:44)
El pacto de la ley se había cerrado
con Israel, no con todas las naciones. Por este motivo Jesús Cristo obedeció la Ley durante toda su vida, promoviendo su obediencia mientras era todavía obligatoria, a pesar
de que ninguno de los que buscaban ser justificados mediante la Ley, pudo conseguirlo.
“Él (Dios) dio a conocer a Jacob, a
Israel, su palabra, sus leyes y decretos; no hizo lo mismo con las otras
naciones, que nunca habían conocido sus decretos”. (Salmo 147:19-20)
Cómo israelita
circuncidado, Jesús estaba obligado a cumplir la Ley; dice Pablo “…cuando llegó el tiempo
previamente establecido, Dios envió a su Hijo, que nació de una mujer y bajo
la Ley”.
(Gálatas 4:4) Por esto dijo Jesús: “No penséis que he venido
a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una
tilde de la Ley sin que todo se cumpla”. (Mat. 5:17, 18)
Así, él cumplió
perfectamente el espíritu y la letra de la Ley, y todas las cosas que se referían al Mesías prometido en la Ley y los Profetas, se cumplieron en él.
Sin embargo Pablo
explica que ningún descendiente de Adán podía ser justificado “…por las obras de la Ley, porque la Ley solo nos muestra lo que es pecado”. (Romanos 3:20) De modo
que escribe: “Lo
que no pudo hacer la Ley, que resultó ineficaz por la condición pecaminosa del cuerpo, lo
hizo posible Dios, al enviar a su propio Hijo en semejanza al cuerpo
pecaminoso, para eliminar las consecuencias del pecado que habita en el cuerpo,
de modo que la justa exigencia de la Ley pueda cumplirse en
nosotros, que no vivimos para satisfacer los deseos de los sentidos si no en
armonía al espíritu”. (Romanos 8:3-4)
Y contesta a una
pregunta que pudiesen plantearse los seguidores del Nuevo Pacto: “¿Es entonces la Ley contraria a la promesa? ¡No puede ser! Pues es seguro que la justificación hubiese venido
a través de la Ley, si la Ley que nos fue entregada hubiese logrado conferirnos
la vida, pero la Escritura sujetó todas las cosas al poder del pecado para
que la promesa pudiese concederse mediante la fe, a los que muestran fe
en Jesús Cristo.” (Gálatas 3:21-22)
Mediante la fe en la
redención ofrecida por Cristo, se abrió la entrada del Nuevo Pacto a todas las
personas, no solo a las de Israel, las primeras en ser llamadas, si no a las de
todas las personas de todas las naciones que sin conocer la Ley, ponen fe en el rescate ofrecido por Cristo en favor de la humanidad, “porque la fe en el poder redentor de su
sangre, es la base para que Dios, por su misericordia, atribuya
la justificación”. (Romanos 3:25)
Cuando Cristo presentó a Dios el
precio del rescate de la humanidad, entró en vigor el Nuevo Pacto y el pacto de
la Ley entregada a Moisés quedó obsoleto. Cristo era la descendencia prometida
y cumplió el propósito del Pacto del Sinaí, extinguiéndolo, porque
figurativamente, Yahúh eliminó la Ley clavándola en el madero donde murió
Jesús.
Pablo dice que: “…él (Jesús) ha recibido un ministerio
mucho más excelso por ser el mediador de un pacto mejor, uno establecido
legalmente sobre promesas mejores… Y al hablarles de "un nuevo pacto"
declara el anterior anticuado y lo que es anticuado, envejece y está cercano a
desaparecer”.
(Hebreos 8:6,13)
Así hace notar a los
discípulos, la diferencia profunda entre los dos pactos, el primero era un
compromiso exclusivo con los descendientes de Jacob, tantas veces violado por
parte del pueblo de Israel, y definitivamente abolido por parte de Dios, cuando
rechazaron e hicieron ajusticiar en el palo, al Mesías que les había anunciado
y enviado; el segundo es el resultado de la misericordia de Dios para todos los
hombres que aceptan su propósito y ponen fe en la redención que pone a
disposición de la humanidad a través de su Cristo. En relación con este último,
Pablo afirma:
“…ahora ya no hay distinción entre judío y griego, porque hay sobre todos un
mismo Señor que es generoso con los que le invocan, de modo que cualquiera que le invoque será salvado”. (Romanos 10:12-13)
Así pues, “la
Ley termina
con Cristo, para que cualquiera que tenga fe sea justificado”. (Romanos
10:4)
Todos los hombres pueden por tanto,
alcanzar los beneficios del Nuevo Pacto a favor de la humanidad.
Pablo explica a los
discípulos de las naciones el beneficio del rescate de Cristo, y dice: “Porque con él, también a
vosotros, que estabais muertos en vuestros pecados por la incircuncisión de
vuestro cuerpo, Dios os ha dado la vida y os ha redimido de todos vuestros
errores, anulando al clavarlo en el palo, el documento escrito que os era
adverso”. (Colosenses
2:13, 14)
Y explica así la actitud
de Israel con respecto al pacto de Moisés: “…el documento escrito es causa de muerte, mientras
que el espíritu genera la vida... y nosotros estamos en posesión de esta
garantía, podemos obrar con plena libertad y no como Moisés, que se cubría el
rostro con un velo para que no fuese visto por los hijos de Israel el final de
aquella gloria pasajera. Aquel mismo velo se mantiene hasta el día de hoy, y
solamente puede ser eliminado mediante Cristo, por esto sus mentes no son
capaces de comprender el significado del Pacto Antiguo”. (2Corintios 3:6,12-14)
Y les dice: “En el pasado vosotros
erais por nacimiento, parte de las naciones y llamados incircuncisos por los
que en el cuerpo llevan la circuncisión. Acordaos de que en aquel tiempo
estabais sin el Cristo, excluidos de la comunidad de Israel, ajenos a los
pactos y a la promesa, y sin esperanza ni Dios en este mundo. Pero vosotros,
que estabais antes alejados, ahora os habéis aproximado mediante la sangre de
Cristo Jesús porque él ha establecido la paz y ha demolido el muro de
división, haciendo de las dos partes una sola al abolir por medio
de su cuerpo lo que originaba la enemistad, o sea, la Ley de los mandamientos y preceptos. De esta manera ha restaurado
la paz mediante si mismo, porque en virtud de su muerte en sacrificio, destruyó
la enemistad entre los dos pueblos y reunió a ambos con Dios, formando un
pueblo nuevo y único”. (Efesios 2:11-16)
Sin embargo, aunque la Ley se cumplió en Cristo y fue anulada, los justos principios de la Ley no han sido ni pueden ser abolidos.
Escribe Pablo: “Pues ante Dios no son
declarados justos los que escuchan la Ley si no los que la
ponen en práctica, y si personas de las naciones, que no conocen la Ley, instintivamente cumplen lo que la Ley establece, aunque no estén bajo la Ley, tienen la Ley en sí mismos y demuestran que tienen
los mandatos de la Ley escritos en el corazón, como lo atestigua el veredicto íntimo de su
conciencia, cada vez que los acusa o los disculpa”. (Romanos 2:13-15)
Y dice a los discípulos: “No debáis nada a
ninguno, si no es el amor que os debéis unos a otros, porque el que ama a los
demás ha cumplido la Ley. Los mandamientos ‘no cometerás adulterio, no asesinarás, no robarás,
no codiciarás’ y todos los otros, pueden resumirse en estas palabras: ‘Debes
amar a tu prójimo cómo a ti mismo’, y puesto que el amor no hiere al
prójimo, el amor es el cumplimiento de la Ley”. (Romanos 13:8-10) Por lo tanto, “…toda la Ley queda cumplida en solo estas palabras: "debes amar al prójimo cómo a ti mismo’”. (Gálatas 5:14)