Nacer del Agua y del
Espíritu
1 En el territorio de
Samaria, cerca donde hoy se encuentra el pueblo de Askar, se hallaban en la
antigüedad, el pueblo de Sikar y el pozo de Jacob. Hace unos dos mil años, una
mujer de aquel pueblo se dirigió a él con su vasija, según tenía por costumbre,
y al llegar vio con sorpresa, que en el brocal del pozo estaba sentado un hombre
judío, pero aún se sorprendió más cuando él le dijo: “Dame de
beber”;
por esto le preguntó: “¿Cómo es que tú,
siendo judío, me pides de beber a mí, que soy una mujer samaritana?”
La mujer se extrañaba
con razón, puesto que los judíos no se relacionaban con los samaritanos para
nada, pero aquel hombre era Jesús de Nazaret; él no excluía a ninguno y
respondió a su pregunta con unas palabras que también hoy, son de vital
importancia para nosotros. Le dijo: “Si conocieses el don
de Dios y quien es el que te ha dicho: ‘Dame de beber’, tú se lo pedirías a
él y él te daría agua viva”. Ella le contestó: “Señor, nada tienes para
sacarla y el pozo es hondo ¿Donde pues tienes esta agua viva?...” y Jesús le dijo:
“Cualquiera que beba de
esta agua tendrá de nuevo sed, pero el que beba del agua que yo le daré,
no tendrá sed jamás, porque el agua que le daré se tornará en él una
fuente de agua que mana para la vida eterna”. (Juan
4:9-14)
2 Cuando Jesús habla
del agua viva, no se refiere al agua del bautismo, que es para Dios,
una muerte en unión con Cristo para saldar el precio del pecado heredado.
El agua viva que Cristo ofrece, es “…la enseñanza que
nos llega del espíritu, para poder expresar cosas espirituales en términos
espirituales”; (1Corintios
2:13) es: “…la enseñanza
sana que está en armonía a la gloriosa buena nueva del Dios
feliz”.
(1Timoteo 1:11) Aquellos que por fe en Cristo, beben de esta agua,
caminan bajo la guía del espíritu de Dios, y dice Pablo que: “…todos los que están
guiados por el espíritu de Dios, son hijos de Dios”, (Romanos
8:14) por esto él sacia la sed del espíritu de los que le buscan,
con el agua de la enseñanza de su espíritu, descubriéndoles su secreto
sagrado mediante la buena nueva; entonces, esta agua que por fe en su propósito
ellos beben, hace brotar en su interior una fuente que corre como un río, para
dar vida eterna a los que a su vez la beben, poniendo fe en los designios de
Dios mediante Cristo.
3 Hablando de aquellos
que investigan para satisfacer la sed de su espíritu, Jesús clamó ante la
multitud que estaba reunida para escucharle: “Felices los
que suplicando piden para el espíritu, porque por ellos es
costituido el Reino de los Cielos”. (Mateo 5:3) Y
el apóstol Pedro escribió a los discípulos: “…mediante el
espíritu santo enviado desde el cielo, estas cosas que hasta los mismos
ángeles tratan de comprender, os han sido anunciadas a vosotros por los que os
han predicado la buena nueva”, (1Pedro 1:12)
“…por
esto”
dice
Pablo “se
escribió: ‘Ojo no ha visto ni oído escuchado, ni se conciben en el corazón del
hombre las cosas que Dios ha preparado para aquellos que le aman’. Sin embargo
Dios nos las ha revelado a nosotros mediante el espíritu…” (1Corintios
2:9-10) concediéndonos: “…el privilegio de
proclamar entre las naciones el inconmensurable tesoro de la buena nueva del
Cristo, y desvelando ante todos cómo se administra el secreto sagrado, que desde
un pasado remoto estaba escondido en el Dios que creó todas las cosas, para que
ahora, por medio de la congregación, se dé a conocer a los gobernantes y a las
autoridades en los lugares celestes…” (Efesios
3:8-10)
4 Antes de que Israel
entrase en la tierra prometida, Moisés dijo despidiéndose del pueblo:
“…Yahúh te
ha confirmado cómo el pueblo de su propiedad… para que obedezcas todos sus
mandatos y para colocarte sobre todas las naciones que él ha establecido
para alabanza, memoria y gloria…” (Deuteronomio
26:17-18) Porque según la promesa que Abraham había recibido de Dios, el
pueblo de su descendencia estaba destinado a ser glorificado junto con Cristo,
constituyendo con él un cuerpo de reyes y sacerdotes en el Reino de los Cielos;
por esto dice Pablo que: “…la adopción cómo
hijos, la gloria, los pactos… el servicio sagrado,
las promesas… y sobre todo, el Dios a quien pertenece la alabanza para
siempre”, (Romanos 9:
4-5) eran para Israel; y refiriéndose a los que en el Reino participarían
junto con Cristo, el profeta Isaías escribe: “Así dice Yahúh tu
hacedor: ‘Aquel que te ha formado desde que estabas en el seno de tu madre te
ayudará. No temas, Jacob siervo mío, Yesurún elegido por mí, porque derramaré
agua sobre el sediento y ríos sobre lo seco: derramaré mi espíritu
sobre tu descendencia y mi bendición sobre tu linaje…” (Isaías
44:2-3)
5 Sin embargo, el pueblo
elegido para recibir al Cristo de Dios y las bendiciones del Reino, le rechazó,
“…él vino
a su casa y los suyos no le recibieron, pero a todos los que le reconocieron,
les dio la facultad de hacerse hijos de Dios; a los que ponen fe en su nombre y
que no han nacido de la sangre ni de la voluntad del hombre, si no que han
nacido de Dios”. (Juan
1:11-13) Pablo dice con respecto a esto: “…no es que la palabra
de Dios haya venido a menos, puesto que no todos los que descienden de Israel
son verdaderamente Israel, ni por el hecho de ser descendientes de Abraham,
son todos hijos suyos…” (Romanos
9:6-7) porque “…dice la Escritura que ‘Abraham
ejerció fe en Yahúh y por esto fue declarado justo’... De esta manera, llegó
a ser el padre de todos los no circuncisos que tienen fe para que
también a ellos se les atribuya la justificación, y padre de los circuncisos,
que no solamente lo son, si no que caminan en las huellas de la fe que
tenía nuestro padre Abraham antes de ser circunciso”, por esto “…la promesa recibida por
Abraham y su descendencia de ser los herederos del mundo, no fue en
virtud de la Ley
sino en virtud de la justificación que deriva de la fe…” pues “…en realidad, si los
herederos fuesen los que se adhieren a la Ley, la fe seria inútil y la promesa sin
valor”.
(Romanos 4: 3,11-14)
6 Teniendo en cuenta
estas cosas, podemos comprender el sentido de las palabras de Jesús a Nicodemo,
cuando fue de noche, a visitarle en secreto. Juan relata: “Había entre los
fariseos un hombre llamado Nicodemo, un magistrado judío. Este fue de noche
donde Jesús y le dijo: ‘Maestro, sabemos que has venido de Dios cómo
maestro, puesto que ninguno puede efectuar las señales que tú haces si
Dios no está con él’. Jesús le respondió: ‘En verdad, en verdad te digo: El
que no nazca de nuevo, no puede ver el Reino de Dios’. Le dijo Nicodemo:
‘¿Como puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez
en el seno de su madre y nacer?’ Le respondió Jesús: ‘En verdad, en verdad te
digo: A menos que uno no nazca de agua y de espíritu, no puede
entrar en el Reino de Dios. Lo nacido de la carne, es carne y
lo nacido del espíritu, es espíritu. No te asombres pues de que te
haya dicho: Vosotros tenéis que nacer de nuevo’”; (Juan 3:1-7)
y le reprendió diciendo: “¿Tú eres maestro en
Israel y no sabes estas cosas?” (Juan
3:10) Jesús había llegado a
los suyos llevando el agua que apaga la sed del espíritu, la enseñanza del
espíritu de Dios depositada en la buena nueva, y por este motivo se dirigía con
severidad a los escribas, los fariseos y los miembros del Sanedrín, que se
presentaban ante el pueblo cómo maestros de las Escrituras por estar instruidos
en la Ley y en los
profetas, y que hubiesen tenido que reconocerle, recibiendo sedientos su
enseñanza, para poder alcanzar las promesas.
7 Refiriéndose a las
promesas, Pablo escribió a los discípulos que en las distintas comunidades,
integraban la
Congregación de Cristo: “Por la fe en Jesús
Cristo, ahora sois todos hijos de Dios y todos vosotros, los que habéis sido
bautizados en Cristo, sois parte del Cristo. Por esto ya no hay judío, ni
griego, ni esclavo, ni libre, ni hombre o mujer; todos vosotros sois uno con
Jesús Cristo. Y de acuerdo con la promesa, si pertenecéis al Cristo, también
sois herederos y descendencia de Abraham”. (Gálatas
3:26-29) Por tanto: “Somos herederos,
herederos de Dios y coherederos con Cristo, con tal de que suframos
juntos, para que también juntos seamos glorificados”, (Romanos
8:14-17) porque: “Igual que existe
cuerpo físico, existe cuerpo espiritual; está escrito que el primer Adán fue
hecho alma viviente, mientras que el último Adán, un espíritu dador de vida. Así
que el espiritual no fue el primero, lo fue el físico y luego el espiritual,
porque el primer hombre fue extraído de la tierra y es terrestre, en cambio, el
segundo vino del cielo. Tal como fue el terrestre, serán los
terrestres y tal cómo es el celeste, serán también los
celestes. Nosotros hemos llevado la imagen del terrestre y también
llevaremos la imagen del celeste”. (1Corintios
15:45-49)
8 Jesús había exhortado
a los judíos y prosélitos que para la fiesta los Tabernáculos se habían reunido en
Jerusalén, diciéndoles con voz fuerte: “Si alguno tiene sed,
que se acerque a mí y beba; del seno de aquel que ponga fe en mí, brotarán, cómo
dice la
Escritura, ríos de agua viva…” (Juan 7:37-39)
Y esta invitación se extiende hasta nuestros días, porque si en el día de
Pentecostés sus seguidores se llenaron de espíritu y los ríos de agua viva que
brotaron de ellos llegaron a toda la tierra conocida de aquel tiempo, también
han llegado a través de los siglos hasta nosotros mediante sus escritos,
dándonos a conocer la buena nueva del verdadero e inalterable propósito de Dios,
y haciendo posible que pongamos fe en su enseñanza, de modo que podamos ser
generados por él para la vida eterna, “…no mediante una
semilla corruptible, si no mediante una que es incorruptible: la
palabra de Dios, que vive para siempre y que jamás viene a
menos…” (1Pedro
1:23-24).
9 Pablo escribió a los
discípulos de las naciones que había visitado para llevar la enseñanza del
espíritu: “…yo he sido el que a
través de la buena nueva, os ha generado en Cristo…” (1Corintios
4:14-15) Y también podría decírnoslo a nosotros, porque por medio de sus
cartas y de las demás Escrituras, hemos llegado a conocer “…la verdad que conduce
a la fe basada en la esperanza de vida eterna, que fue prometida desde la
antigüedad por el Dios que no puede mentir…” (Tito 1:1-2) y
“…el modo
en que Dios concede la justificación que la Ley y los Profetas declaran, aquella que
Dios concede mediante la fe en Cristo, y que está al alcance de todos los que
tienen fe, sin distinciones…” (Romanos
3:21-22) puesto que “…el Dios y Padre de
nuestro señor Jesús Cristo… en su gran misericordia, nos ha hecho renacer a
una esperanza viva mediante la resurrección de Cristo de entre los
muertos”.
(1Pedro 1:3)
10 Desde las Escrituras,
Yahúh, el Creador de los cielos y la tierra, nos insta a que apaguemos la sed de
nuestro espíritu con la enseñanza del suyo. Obedezcamos su llamada, escuchando
las palabras de su Primogénito, que nos dice: “Yo, Jesús, he enviado
a mi ángel para dar a conocer estas cosas a la congregación, yo, la raíz
de David y la fulgurante estrella de la mañana. El espíritu y la
esposa dicen: ¡Ven! Y cualquiera que lo oiga,
repita: ¡Ven! Quien que tenga sed ¡Venga! Y quien lo desee
¡Beba gratuitamente el agua de la vida!” (Apocalipsis
22:16-17)