Caminar en los pasos de Cristo
Relata Lucas que en cierta ocasión,
Jesús se preguntó: «Cuando el Hijo
del Hombre vuelva ¿Encontrará la fe en la tierra?» (Lucas 18:8). Con estas palabras
Jesús no se refería a si entonces hallaría a personas que dijesen
poner fe en él, sino a que si hallaría a quien conociese y viviese
la verdadera fe, la fe o enseñanza genuina que sus apóstoles
impartieron personalmente y a través de sus escritos.
El caso es que después del primer siglo,
tras la muerte de los apóstoles y de los primeros discípulos, las
comunidades judío-cristianas abandonaron el carácter unitario de
la Congregación y se aislaron. Por otro lado, los discípulos de
las naciones se dividieron en múltiples sectas, y los que se
atribuían la autoridad, incorporaron a la enseñanza
apostólica algunos conceptos y postulados filosóficos, que si
bien la hacían interesante para los paganos cultos, adulteraban el
mensaje y lo vaciaban de sentido.
Entonces,
para combatir la disgregación de los creyentes y en un esfuerzo por
establecer, consolidar y defender la universalidad de un credo post
apostólico, así como un naciente poder temporal, la Iglesia
emprendió un camino que la condujo a la rigidez doctrinal y moral, y a
la imposición de «preceptos y enseñanzas humanas destinadas a ser abolidas, que pueden presentar alguna apariencia de sabiduría dentro de
una religiosidad auto impuesta, por una
humildad ficticia y una austeridad personal, pero que no poseen ningún valor para combatir los deseos de los sentidos».
(Colosenses 2:22…23)
En contraste con este proceder, el
apóstol Pablo dio esta advertencia a los discípulos de todos los
tiempos: «Cristo
es el mismo ayer, hoy, y para siempre,
así que no os dejéis
desviar por historias y enseñanzas diferentes». (Hebreos 13:8…9) Estas palabras
expresan su preocupación por el hecho de que ya entonces, había
entre los discípulos quienes considerándose maestros por
sobresalir en la oratoria o en la instrucción escolástica, atraían
adeptos con interpretaciones personales de la doctrina, y se igualaban a los que
en el día de Pentecostés, habían recibido el
espíritu y los dones. Afligido por esta tendencia, Pablo escribe: «Cuando llega alguno que predica a otro Jesús, uno
distinto del que nosotros os hemos predicado, o si se trata de recibir un espíritu diferente del que vosotros
habéis recibido o de aceptar una buena nueva diferente de la que
aceptasteis, vosotros le escucháis con gusto. Yo me precio de no ser
inferior en nada a estos sumo-apóstoles, puesto que si no soy muy
cultivado en el lenguaje (cosa que
ellos le atribuían), si lo soy en el
conocimiento, como ante vosotros lo hemos demostrado en toda circunstancia»
(2Corintios 11:4…6), pero «estos falsos
apóstoles son unos operarios fraudulentos disfrazados de
apóstoles de Cristo, y no es
sorprendente porque también Satanás se disfraza de ángel
de luz, así que no es de asombrarse que sus ministros se disfracen de
ministros de justicia. Pero su final será conforme a sus obras».
(2Corintios 11:13…15)
Con respecto a estas cosas, Pedro predijo: «Tal como hubo falsos profetas entre el pueblo,
también habrá entre
vosotros falsos maestros que disimuladamente, introducirán
herejías destructivas y renegarán del Señor que los ha
rescatado, atrayendo sobre sí mismos una ruina que no esperan. Y
muchos les seguirán en su corrupción, y por su culpa se
hablará injuriosamente de la vía de la verdad, pues por su
codicia, os defraudarán con palabras falsas». (2Pedro 2:1…2)
Por
esta razón, Pablo exhorta a los discípulos a «no ir más
allá de lo que está escrito,
de modo que ninguno pueda sentirse superior a los demás» (1Corintios 4:6), y les señala que
deben permanecer en la fe verdadera, aconsejándoles: «Examinad vosotros
mismos si estáis en la fe» (2Corintios 13:5) «porque hay un solo Señor (Jesús), una
sola fe (una enseñanza
única), un solo bautismo (el que se recibe en el nombre de
Jesús), y un solo Dios que es el Padre de todos, (Yahúh, el creador de la vida)». (Efesios 4:5…6)
El ir más allá de lo que la
Escritura nos dice, es la causa de que millones de personas que se asocian a las
numerosísimas confesiones que se definen Cristianas,
aprendan y transmitan una enseñanza híbrida, contaminada por la
tradición pagana, y por diversas interpretaciones subjetivas. Sin
embargo, la fe genuina es solamente una, la misma que en los tiempos apostólicos, una enseñanza
que debe permanecer inalterada y pura, pues es fruto del espíritu de Dios.
Juan escribió: «Amados, no os escribo una enseñanza nueva sino una
antigua que ya tenéis desde el
principio. Esta enseñanza antigua es la palabra que escuchasteis, y que para todos es siempre actual»,
(1Juan 2:7) y en su relato de la
revelación, explica que Cristo se dirige a sus discípulos, y les
dice: «No os impongo ningún otro peso que el de permanecer aferrados con firmeza a
lo que ya tenéis, hasta
que yo vuelva». (Apocalipsis
2:24…25) Este mandato de Cristo permanece pues en vigor hasta el
momento de su retorno.
Para
un seguidor de Cristo, es esencial conocer las verdaderas promesas de Dios a su
pueblo, unas promesas que se repiten en los antiguos escritos
proféticos, en las palabras de Jesús y en las cartas de los
apóstoles, que exponen la doctrina sana. El no ir más lejos de lo
que las Escrituras dicen, nos permite descubrir aquella verdadera fe o doctrina, que es siempre actual para todos
los que quieren caminar en los pasos de Cristo.