El Reino de Dios o
Reino de los Cielos
Yahúh es el Padre
de la vida y el creador de todo lo que existe; las Escrituras le llaman el
Eterno y el Rey de la eternidad.
Dice la Escritura: “En el
principio creó Dios los cielos y la tierra”. (Génesis 1:1)
Por esto leemos en las
Escrituras:
“De Yahúh es el orbe y lo que contiene, la tierra y quienes la habitan, puesto
que él fue quien la estableció sobre profundos océanos y la instaló sobre
fluidos”. (Salmo
24:1-2)
“Inclinó el Norte sobre el vacío… suspendió la tierra sobre la nada; sobre la faz de las
aguas decretó un límite hasta el confín de la luz con las tinieblas…” (Job 26:7,10)
Y el apóstol Pablo
escribe: “Sean
el honor y la gloria para el rey eterno e inmortal, el Dios único
e invisible, por los siglos de los siglos. Así sea”. (1 Timoteo
1:17)
Según las Escrituras, el designio de
Dios para la humanidad, es establecer su reino en la tierra de
acuerdo con su propósito original al crear al hombre, y poner la
administración de este reino en manos de
Cristo.
Por esto había dicho
Jesús a sus discípulos: “…yo por mi parte, preparo para vosotros un reino, cómo para mí
lo ha preparado mi Padre”. (Lucas 22:29)
Refiriéndose a este
reino, Pablo escribe a la congregación de Éfeso: “… es la disposición
tomada tiempo atrás, de que al llegar el tiempo establecido reuniría
de nuevo todas las cosas que están en los cielos y sobre la tierra, bajo
la administración de Cristo”. (Efesios 1:9-10)
Cristo mostró a
sus seguidores a pedir la llegada de este Reino
Les dijo: “Vosotros, pues, orad así:
Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga
tu Reino; hágase tu voluntad tanto en la tierra cómo en el cielo”. (Mateo 6:9-10)
Dios establecerá el
reino bajo la administración de Cristo; el reino de Dios tiene
por tanto, autoridades y súbditos.
Del gobierno de su reino
dice Dios a través de David: “…yo he instalado a mi rey sobre Sión, el monte de mi
santidad”, y
su rey dice:
“Completaré lo que Yahúh ha dispuesto: Él me ha dicho: ‘Tú eres mi hijo; hoy yo
te he generado; pídeme y te daré en herencia las naciones, y en
propiedad los confines de la tierra’”. (Salmo 2:6-8)
El profeta Daniel vio
este reino en una visión y escribió: “…contemplando las visiones de la noche, he aquí
que entre las nubes de los cielos venía uno que se asemejaba a un hijo del
hombre. Se acercó al Anciano en Tiempos, y fue conducido ante él; entonces se
le entregó la autoridad, la gloria y el reino, y le rindieron
homenaje todas las naciones, pueblos y leguas, porque es su
gobierno un gobierno eterno que no pasará y su reino nunca será destruido
…” (Daniel
7:13-14)
Cuando el apóstol Juan
relata la visión que Jesús le dio, dice: “Entonaron un nuevo canto que decía: “Tú eres
digno de recibir el rollo y de abrir los sellos, puesto que fuiste sacrificado
y con tu sangre rescataste para Dios a personas de toda tribu, lengua, pueblo y
nación, haciendo de ellos reyes y sacerdotes de nuestro Dios, para
que reinen sobre la tierra.” (Apocalipsis 5:9-10) Cristo asocia pues a su
gobierno, a personas de toda tribu, lengua, pueblo y nación, para que cuiden de
la tierra, que según el propósito de Dios, estará habitada.
De esto, Pablo escribe
que Dios “…no
somete a los ángeles la futura tierra habitada de la que hablamos, y
alguno da testimonio de esto en un pasaje de la Escritura, que dice: ‘¿Que es el hombre para que tú le recuerdes, o el hijo del hombre para
que le cuides? Le has hecho un poco inferior a los ángeles, y coronándole
de gloria y de honor, has sometiendo todas las cosas bajo sus pies’.
De manera que si todas las cosas le han sido sometidas, ninguna queda excluida.
Y si no podemos ver todavía todas las cosas sometidas a él, podemos
ver a aquel Jesús que fue hecho un poco inferior a los ángeles, coronado de
gloria y de honor por la muerte que sufrió; y gracias al favor divino, su
muerte ha sido en beneficio de todos”. (Hebreos 2:5-9)
El reino no llega a
través del esfuerzo de los hombres o de las autoridades que gobiernan la
tierra; el gobierno de la tierra procede de los cielos.
Juan escribe que cuando “El séptimo ángel tocó su
trompeta… unas voces potentes dijeron en el cielo: ‘En este momento el reino
del mundo ha llegado a ser el reino de nuestro Soberano y de su Cristo y él
reinará por los siglos de los siglos’. Los veinticuatro ancianos que se sientan
en sus tronos ante la presencia de Dios, se inclinaron y rindiendo homenaje a
Dios, dijeron: ‘Te damos las gracias SEÑOR, Dios Omnipotente que eres
y eras, porque haciendo uso de tu gran poder has establecido tu reino’”. (Apocalipsis 11:15-17)
El profeta Daniel relata
la visión profética que cómo el Apocalipsis, describe a través de alegorías el
momento en que Dios establece este reino, y al final dice: “…el Dios de los
cielos hará surgir un reino eterno, que no será destruido ni pasará a
otro pueblo; triturará a todos estos reinos y los extinguirá, pero él subsistirá
para siempre”. (Daniel 2:44)
Entonces se habrán
realizado estas palabras proféticas: “¡Yahúh es rey por siempre, por los
siglos; las naciones han sido barridas de su tierra!” (Salmo 10:16) “Ciertamente, Yahúh es
nuestro Juez, Yahúh es nuestro legislador, Yahúh es nuestro rey. Él nos
liberará”.
(Isaías 33:22)
Isaías dice también
refiriéndose al reinado de Cristo: “No finalizará el crecimiento y la prosperidad del
gobierno sobre el trono de David y sobre su reinado, establecido y sostenido
con justicia y rectitud desde entonces y para siempre. El celo de Yahúh
de las multitudes llevará a cabo esto”. (Isaías 9:7)
Por esto, cuando Pilatos
preguntó a Jesús “¿Eres tú rey de los judíos?... …respondió Jesús: Mi reino no es de este mundo.
Si mi reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que yo no fuese
entregado a los judíos, pero en este momento, mi reino no es de aquí”. (Juan 18:33-36)
Para los seguidores
de Jesús, la cosa más importante es el reino de Dios,
puesto que solucionará todos los problemas y sufrimientos de la humanidad.
Jesús hablaba
frecuentemente de este reino a sus discípulos, de modo que comprendiesen su
fundamental importancia y su valor, puesto que ninguna de las mejores cosas que
puedan alcanzarse en este mundo, es comparable a lo que se llegará a alcanzar
en el reino de Dios. Por esto les decía: “El reino de los cielos es semejante a un tesoro
escondido en un campo, que hallado por un hombre, lo cubre, y lleno
de júbilo, va y vende todo lo que tiene y compra aquel campo. El reino de los cielos es semejante a un
mercader que buscaba perlas valiosas y al encontrar una perla de gran
valor, fue y vendió todo lo que tenía y la adquirió”. (Mateo 13:44-45)
Mateo y Lucas
registraron en sus evangelios esta recomendación de Jesús a sus discípulos,
mientras les hablaba del hecho de que Dios conoce ya las necesidades materiales
de cada uno: “Buscad primero su reino y su justicia, y todas esas cosas se os
darán por añadidura”. (Mateo 6:33) Y “Buscad más bien el reino
divino,
y todas estas cosas se os darán por añadidura.” (Lucas 12:31)
A pesar de que el
gobierno del reino proviene de los cielos porque su rey es Cristo, es un
gobierno destinado al beneficio de los habitantes de la tierra. Juan habla de
las relaciones de este reino con la humanidad que llenará la tierra, y dice: “Vi un cielo nuevo y
una tierra nueva, porque el cielo anterior y la tierra anterior habían desaparecido …Y vi cómo Dios hacía
descender del cielo a la ciudad santa, la nueva Jerusalén, adornada cómo
una novia para su esposo. Entonces oí una voz potente que provenía del cielo y
dijo: ‘La tienda (Templo) de Dios está con la humanidad y permanecerá con ella porque ellos
serán su pueblo. Dios mismo intervendrá en su favor y enjugará todas las
lágrimas de sus ojos, ya no habrá muerte ni duelo ni
llanto ni dolor, porque las cosas anteriores han pasado’. Aquel que se
sienta en el trono me dijo: ‘Mira, hago nuevas todas las cosas’ y dijo:
‘Escribe, porque estas palabras son fieles y veraces’”. (Apocalipsis 21:1-5)
Las palabras ‘el cielo anterior y la
tierra anterior’, se refieren al reinado que desde la desobediencia de Adán,
ejercen sobre la sociedad humana, aquellos que Pablo describe cómo “…los gobiernos, las
autoridades y los gobernantes cósmicos de estas tinieblas, o sea, …las fuerzas
espirituales malvadas que habitan las regiones celestes”, (Efesios 6:12)
Por otro lado, la ciudad
santa que Dios hace descender del cielo, representa la nueva administración en
favor de la humanidad. Se compara alegóricamente con una novia porque es la
esposa de Cristo, o sea, su congregación. Pablo se refiere a esto cuando
escribe “Con
esto hermanos, quiero deciros que carne y sangre no pueden heredar el reino
de Dios”,
(1Corintios 15:50) porque los que forman parte del cuerpo de
Cristo, no tienen herencia en la tierra, si no junto a él en los cielos.
Estas personas que han
sido nombradas por Dios y tomadas de la tierra para cuidar de sus hermanos,
fueron ya prefiguradas en la Ley de Moisés por los sacerdotes levitas
designados para cuidar de todo el pueblo, que no habían recibido una propiedad
en la tierra cómo las demás tribus de Israel.
El profeta Daniel los
llama ‘los santos del Altísimo’ y dice de ellos: “Entonces los santos del Altísimo
recibirán dignidad real y poseerán la soberanía para siempre, por los
siglos de los siglos”. (Daniel 7:18)
Estos santos del
Altísimo son, según las palabras del apóstol Juan, personas tomadas
de entre la humanidad para ser reyes y sacerdotes
junto con Cristo.
En el relato de la
revelación que recibió Juan de Jesús, escribe que los que habitan los cielos, “…entonaron un nuevo canto
que decía: “Tú eres digno de recibir el rollo y de abrir los sellos, puesto que
fuiste sacrificado y con tu sangre rescataste para Dios a personas de
toda tribu, lengua, pueblo y nación, haciendo de ellos reyes y
sacerdotes de nuestro Dios, para que reinen sobre la tierra’”. (Apocalipsis
5:9-10) Más adelante explica: “Y vi al Cordero en pié sobre el Monte Sión,
estaban con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban escrito sobre sus
frentes su propio nombre y el nombre de su Padre... ...y siguen al Cordero
dondequiera que vaya, pues han sido adquiridos de la humanidad
cómo primicias para Dios y para el Cordero”. (Apocalipsis 14:1,4)
Y vuelve más tarde a
hablar de ellos, para decir: “¡Felices y santos son los que obtienen la primera
resurrección! Sobre ellos no tiene poder la segunda muerte, ellos serán
sacerdotes de Dios y reinarán los mil años junto a Cristo”. (Apocalipsis 20:6)
El reinado del Cristo
vindicara el nombre de Yahúh Dios, demostrando
la veracidad de sus promesas, haciendo justicia y destruyendo a
sus enemigos
El primero de sus
enemigos es Satanás, por esto le dio un nombre que significa Adversario. Juan
escribe: “En
el cielo había estallado una batalla; Miguel y sus ángeles combatieron contra
el Dragón y aunque el Dragón y sus ángeles lucharon, no pudieron prevalecer y
perdieron su lugar en los cielos. Con esto, el gran Dragón, la antigua
serpiente, el que es llamado Diablo y Satanás, y está engañando a
la humanidad entera, fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron
arrojados con él. Y oí una potente voz procedente del cielo que decía: Ahora ha
llegado el momento de la salvación mediante el poder del reino de nuestro
Dios y la autoridad de su Cristo, porque el calumniador de nuestros
hermanos, aquel que los calumniaba día y noche ante nuestro Dios, ha
sido arrojado hacia abajo”. (Apocalipsis 12:7-10) Y más adelante dice: “…el Diablo que los
extravió (a
las naciones) será precipitado en el lago de fuego que arde con azufre, donde
habían sido ya arrojados la bestia salvaje y el falso profeta, y su condena
será un ejemplo que se recordará día y noche por los siglos de los siglos”. (Apocalipsis 20:10)
El lago de fuego es un
alegoría que representa una total destrucción, una muerte de la que no se
retorna.
Hablando del gobierno de
Cristo, Pablo dice que después de poner en orden todas las cosas y “…después de haber
destruido cualquier gobierno, autoridad y poder, él consignará el reino
al Dios y Padre... El último de los enemigos destruidos será la muerte”, (1 Corintios
15:24,26) porque habrá dejado de existir para siempre.
En el día de
Pentecostés del año 33 de nuestra era, Cristo comenzó a gobernar sobre la
congregación de Dios, pero todavía no será investido con el poder
del Reino sobre las naciones, hasta el
momento establecido por Dios.
Pablo escribe a la Congregación que a causa de la redención ofrecida por Cristo, Dios “nos ha liberado del poder
de las tinieblas, transfiriéndonos al reino de su amado Hijo”. (Colosenses 1:13)
Y compara la relación de respeto entre marido y mujer, con la de Cristo y su
Congregación, que es su esposa y su cuerpo, diciendo: “…el marido es cabeza de
la mujer, tal cómo Cristo es cabeza de la congregación y es quien la
protege”. (Efesios
5:23)
Escribe Lucas que en el
día de Pentecostés, Pedro dijo a los que admirados, escuchaban cada uno de
ellos hablar a los discípulos en su lengua, dando testimonio de Jesús: “Israelitas, escuchad
estas palabras: A Jesús el Nazoreo, hombre acreditado por Dios entre vosotros
con milagros, prodigios y señales… a éste… vosotros le matasteis clavándole en
la cruz por mano de los impíos, y a éste le resucitó Dios, librándole de los
dolores del hades… ya que David dice de él: ‘…mi carne reposará en la esperanza
de que no abandonarás mi alma en el hades ni permitirás que tu santo
experimente la corrupción…’ Hermanos… el patriarca David murió y fue sepultado,
y su tumba permanece entre nosotros hasta el presente. Pero cómo él era profeta
y sabía que Dios le había asegurado con juramento que se sentaría en su trono
un descendiente de su sangre, vio de lejos y habló de la resurrección de
Cristo, que ni fue abandonado en el hades ni experimentó su carne la
corrupción. A este Jesús le resucitó Dios, un hecho del que todos nosotros
somos testigos, y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre
el espíritu santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís. Porque
David no subió a los cielos y sin embargo dice: ‘Dijo el SEÑOR a mi Señor: Siéntate
a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos por banquillo bajo tus pies’.
Sepa pues, con certeza toda la casa de Israel, que Dios ha constituido Señor
y Cristo a este Jesús que vosotros habéis crucificado”. (Hechos 2:22-35)
De manera que hasta el
momento establecido desde el principio por Dios, no comenzará a reinar sobre
todas las cosas, ya que “…él, después de haber ofrecido una vez y para siempre, un
solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios
mientras espera que sus enemigos le sean colocados cómo banquillo bajo
sus pies”. (Hebreos 10:12-13)
Porque a pesar de que “todas las cosas le han
sido sometidas”, y de que “ninguna queda excluida… no podemos ver todavía todas las
cosas sometidas a él”, pero “podemos ver a aquel Jesús que fue hecho un poco inferior a los
ángeles, coronado de gloria y de honor por la muerte que sufrió…” (Hebreos 2:8-9)
Dice Pablo que “Cristo, tras haberse
ofrecido una sola vez, para abolir por siempre los pecados de muchos, volverá
a manifestarse de nuevo en una segunda ocasión, pero ya no en relación al pecado, si no a los que le
esperan para ser salvados”. (Hebreos 9:28)
Hablando de este su
retorno, Jesús había dicho a sus discípulos: “Cuando el Hijo del hombre venga en su
gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su
trono de gloria”. (Mateo 25:31) Y también “les dijo Jesús: Yo os
aseguro a vosotros que me habéis seguido, que en la resurrección, cuando el
Hijo del hombre se siente en su trono de gloria, vosotros os
sentaréis también en doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel”. (Mateo 19:28)