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El camino de regreso a la paz en el Paraíso

 

1 ¿Por qué será que nos gusta tanto el salir a un jardín o a un parque de la ciudad? Y ¿Por qué resulta agradable alejarse de la ciudad para ir a campo abierto?

¿Por qué será que la contemplación de la belleza de un río que atraviesa majestuosamente el valle, o de las laderas de un monte revestido de arbustos y flores, produce serenidad?

¿Por qué sentirá el hombre admiración ante la inmensidad del océano o ante la majestuosidad de las montañas con su cima en las nubes?

¿Por qué resulta tan hermoso el canto de los pájaros y tan placentera la observación de los animales silvestres en su estado natural de libertad; descubrir a un ciervo saltando con gran agilidad, a un canguro brincando por la sábana e incluso, a un rebaño de ovejas, mientras pacen en el monte?

¿Cuál es la razón de que en el cielo, sobre la tierra y en los mares, todas las bellezas que rodean al hombre puedan ser apreciadas y disfrutadas a través de sus sentidos y de su inteligencia, haciéndole percibir la maravilla de estar vivo?

La respuesta a estas preguntas es: ¡El hombre fue hecho para vivir en un paraíso!

 

2 Es cierto que los hijos del hombre no han tenido nunca la oportunidad de disfrutar de un paraíso, igual que lo hizo la primera pareja humana, y que la extra gran mayoría consideran esta posibilidad cómo una utopía; pero aún así, el hombre siente una íntima nostalgia de lo que la vida en un paraíso significaría. En cierto modo, ha heredado el aprecio de la primera pareja humana por aquel paraíso que habían recibido del Creador que ellos reconocían cómo su Dios.

 

3 El Creador de todo lo existente había hecho al hombre a su imagen, implantando en él su concepto de la belleza, de la perfección, de la armonía y de la paz, y otorgándole una capacidad estética e intelectual para apreciar, disfrutar y aprender a través de la contemplación las cosas creadas y de la meditación en cuanto a las posibilidades que aquellos modelos ponían a su alcance. Para empezar, había dispuesto un jardín que el hombre debía cuidar y extender sobre la Tierra que le había preparado, con el fin de que toda la humanidad lo disfrutase. Además, había hecho posible que el aprecio de la primera pareja por este paraíso terrestre, pudiese ser transmitido a sus descendientes; de ellos habríamos pues heredado esta estimable cualidad.

 

4 Pero ¿Tendrá algún día la humanidad, la dicha de vivir en un paraíso, cómo había dispuesto el Creador? Podemos estar seguros de que será así.

Bondadosamente, Dios había entregado a la familia humana en su comienzo, un hogar paradisíaco, además, había dignificado al hombre otorgándole unas cualidades a semejanza de las suyas y haciéndolo físicamente bello e intelectualmente perfecto. No se avergonzó de reconocerle cómo hijo suyo a pesar de ser algo inferior en poder, a los ángeles del cielo, y lo colocó en un paraíso terrestre que había diseñado para él. Leemos en las Escrituras: “…plantó Yahúh Dios un jardín en Edén, al oriente, y llevó allí al hombre que había formado. Yahúh Dios había hecho crecer en la tierra, toda clase de árboles hermosos a la vista y buenos para alimentarse… y Yahúh Dios había tomado al hombre, instalándole en el jardín de Edén para que lo cultivase y lo cuidase”. (Génesis 2:8-9 y 15)

 

5 Este Jardín plantado en Edén, no comprendía una pequeña zona de terreno; además de otras muchas clases de vegetación, crecían allí toda clase de árboles que daban cobijo y alimento a las aves y a muchos animales. Para hacernos idea de su extensión, dicen las Escrituras que “…surgía en Edén un río que regaba el jardín y se repartía desde allí en cuatro brazos. El uno se llama Pisón: es el que rodea todo el país de Javilá, donde hay oro y el oro de aquel país es fino; también se encuentra allí bedelio y ónice. El segundo río se llama Guijón: es el que rodea el país de Kus; el tercer río se llama Tigris y corre al oriente de Asur; y el cuarto río es el Eufrates. (Génesis 2:10-14) Seguramente habría en aquellos ríos muchos peces, aunque, posiblemente, los grandes mares y océanos se encontraban a gran distancia, y en aquel lugar elegido por Dios en el gran continente rodeado de agua que fue el primer hogar del hombre, y que hoy es denominado Pangea, habría también grandes valles y suaves colinas.

 

6 Sin embargo, después de casi seis mil años, la Tierra no es ciertamente un paraíso y nada tiene que ver con aquel pacífico Jardín de Edén situado en el territorio que hoy conocemos cómo sudoeste asiático, pero ¿Qué ocurrió con aquel que disfrutaron la primera pareja humana?

El hombre y su mujer lo habían abandonado antes de tener descendencia y más de mil seiscientos años después, el diluvio que cubrió toda la Tierra, destruyó también aquel santuario que ya no tenía razón de ser. No obstante, aquellos ríos Eufrates y Tigris que en un tiempo, nacían en él, fluyen todavía ofreciendo un testimonio de su antigua presencia y confirmando que el relato de las Escrituras no procede de un mito.

El nombre de aquel primer habitante de la Tierra fue Adán, que significa “Del Suelo”, y el de su esposa, Eva, que significa “Viviente,” porque fue la madre de los demás humanos.

 

7 Fue Dios quien otorgó y luego excluyó de su jardín y Santuario, a nuestros primeros padres, y quien lo destruyó mediante el diluvio de los días de Noé, y es también Dios quien nos promete restaurar su Santuario en la Tierra, ya que su propósito para la humanidad nunca ha cambiado. Él ha señalado el camino a seguir, y hará esta Tierra más hermosa de lo que nunca ha llegado a ser. Por difíciles de creer que sean estas cosas, no son una invención humana; todas ellas fueron registradas por los santos profetas de Dios y conservadas en las Escrituras, para dar a conocer a los hombres sus designios y la esperanza que ha puesto a su alcance.

Es verdad que muchos de los considerados ‘sabios’ en el mundo, ignoran, desprecian o se burlan de esta magnífica esperanza basada en la redención de Cristo, y consideran un mito el relato del Génesis, pero un hombre mucho más sabio que todos ellos, Jesús, contestó a una pregunta que sus opositores le hacían, diciendo: “¿No habéis leído que quien los creó en el principio, los hizo hombre y mujer, y dijo: ‘Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se adherirá a su esposa, y los dos serán una sola carne’? …” (Mateo 19:3-6) Y confirmó con estas palabras, la veracidad de los dos primeros capítulos del primer libro de Moisés.

 

8 Y es que antes de descender del cielo y de nacer cómo un hombre llamado Jesús, este hijo de Dios había sido aquel a quien, en el sexto día de la creación, su Dios y Padre había dicho: “Hagamos un hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza, y gobiernen ellos en los peces del mar y en las criaturas que vuelan en los cielos y en los animales y toda la tierra, y en todo pequeño ser que se mueve en la tierra”. (Génesis 1:26) Jesús podía pues, hablar con autoridad de la creación de los primeros humanos y de su hogar paradisíaco.

Él, que estaba allí, escuchó a Dios cuando bendiciéndoles les dijo: “Sed fructíferos, aumentad y llenad la tierra, sojuzgadla y disponed sobre los peces del mar, las criaturas volátiles de los cielos y sobre toda ser viviente que se mueve en la tierra.” (Génesis 1:27, 28) Jesús conocía cual era desde el principio el propósito de Dios para el hombre; toda la Tierra tenía que ser sometida y cultivada, hasta llegar a ser un paraíso poblado por los hijos y descendientes de Adán, que lo mismo que los ángeles, serían gobernados directamente por su Creador.

 

La creación del hombre y su caída de la perfección

 

9 Puesto que el hombre gozaba de libre albedrío, Dios le dio la oportunidad de elegir entre una vida sin muerte bajo su gobierno y autoridad, y la posibilidad de alejarse de su gobierno y protección, una cosa que, según le advirtió, le proporcionaría la muerte. Es evidente que cómo dicen las Escrituras, con el tiempo, Adán eligió la segunda opción, porque de no haber sido así ¿Por qué morimos todos sus descendientes?

Jesús, que siempre se mantuvo fiel a pesar de ser tentado y probado en tantas ocasiones, dijo: “Quien es fiel en lo poco, es también fiel en lo mucho. Y quien en lo poco es injusto, también es injusto en lo mucho”. (Lucas 16:10) Y de la infidelidad y la injusticia de Adán, procede la infidelidad y la injusticia de la humanidad.

 

10 Refiriéndose al relato del Génesis, dice Pablo que “Adán fue formado primero y más tarde Eva, (1Timoteo 2:13) y que “Adán no fue engañado, fue Eva, quien seducida, incurrió en la transgresión”. (1Timoteo 2:14) Y escribe a los discípulos: “…me temo que tal como la serpiente sedujo a Eva con sus artimañas, por algún motivo, también vuestras mentes se alejen de la sencillez y de la pureza que tienen para con Cristo”. (2 Corintios 11:3)

Eva había dejado que la mentira de la serpiente radicara en su mente y en su corazón surgió el deseo de desobedecer el mandato de Dios. Cómo vio que a pesar de su desobediencia no había muerto, persuadió a su esposo a compartir con ella el fruto prohibido; y aunque, según dice Pablo, él sabía lo que esto implicaba, eligió la desobediencia y la muerte. En respuesta a las preguntas de Dios, ellos confesaron su pecado voluntario, y cómo no tenían base para el perdón, nunca se lo pidieron. Así, expulsados del paraíso, huyeron de la presencia de Dios.

Esto implicaba para ellos y para sus descendientes el retorno a la tierra, de donde habían sido tomados, o sea, a un estado de inexistencia; la inexistencia que resulta de la desobediencia voluntaria a Dios. Por esto dice Pablo que “…el salario por el pecado es la muerte, pero el don generoso de Dios mediante Cristo Jesús nuestro Señor, es la vida eterna”. (Romanos 6:23)

 

12 Comiendo del árbol prohibido, Adán y Eva habían decidido ser como dioses y determinar por sí mismos lo que era bueno y lo que era malo. Por esto “dijo Yahúh Dios: ‘He aquí que el hombre es cómo uno de nosotros en el entendimiento del bien y del mal; ahora, pues, no vaya a extender su mano y coma además del árbol de la vida, y comiendo de él, viva para siempre’… Y colocó Querubines delante del jardín de Edén, y la espada de fuego que daba vueltas para guardar el camino del árbol de la vida”. (Génesis 3:22-24) Y vivió Adán casi un día entero de Yahúh, puesto que vivió hasta cumplir novecientos treinta años y Pedro escribe a los discípulos: “hay algo que no debéis perder de vista hermanos, y es que para el SEÑOR, un día es como mil años y mil años solamente como un día. (2Pedro 3:8) De modo que si bien no murió inmediatamente, murió en el día de su desobediencia, cómo Dios le había dicho, y esto le permitió llegar a ser padre de muchos hijos e hijas, (Génesis 5:1-5) que por su desobediencia nunca pudieron llegar a ver el jardín preparado por Dios para el hombre ni alcanzar la perfección y la vida.

Durante mil seiscientos cincuenta y seis años, aquel jardín estuvo fuera del alcance de los hombres, ninguno volvió a entrar en él; ni siquiera hombres tan piadosos como Abel, Enoc y Noé. Entonces llegó el diluvio del día de Noé y el paraíso desapareció bajo las aguas.

 

13 Desde entonces la humanidad ha ido aumentando y cuenta ahora con más de siete mil millones de personas, pero los hombres no han podido transformar este planeta en un paraíso que pueda compararse de algún modo, al jardín que Dios había hecho crecer en Edén. Por el contrario, las guerras y los abusos contra la naturaleza, han desertizado extensas zonas de la tierra y extinguido muchas especies animales.

El hombre no está pues en paz con Dios ni con su creación, y en realidad, es victima del egoísmo y de las necesidades y ambiciones que se ha creado, y que tiene que conseguir rápidamente, porque sabe que ha de morir.

 

El camino de regreso en preparación

 

14 Es por tanto evidente que la humanidad no puede por su propio esfuerzo, hacer realidad su sueño de reconstrucción y de paz. Sin embargo Dios que es todopoderoso, se había ya propuesto en el primer día de creación, que la Tierra entera llegaría a ser un paraíso, y la desobediencia del hombre solo retrasó su propósito; desde aquel mismo momento, él dio a conocer el modo en que a partir de entonces, realizaría su designio, pues le dijo a Satanás, la serpiente original: “…pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; él te aplastará la cabeza y tu herirás su talón”. (Génesis 3:15)

 

15 La descendencia de la serpiente son todos aquellos que siguiendo su proceder, se oponen al propósito de Dios, mientras que la descendencia de esta misteriosa mujer, que en realidad representa a las miríadas de ángeles que permanecen fieles al Creador, está constituida por Cristo y por todos aquellos que mostrando fe en él, ponen confianza en el propósito de Dios.

Aquella primera profecía de Dios se ha cumplido en parte, cuando instigados por el diablo, los principales de Israel hicieron ejecutar a Jesús, el principal de la descendencia de la ‘mujer’ o organización fiel de Dios. Aún así, Jesús triunfó en la misión que su Padre le había encomendado, y “después de haber cumplido con la purificación de los pecados mediante el sacrificio de expiación, se ha sentado a la diestra de la Majestad divina en el más alto de los cielos y ha adquirido una naturaleza tan superior a la de los ángeles, cuanto mayor es su responsabilidad en la posición que le ha sido otorgada”. (Hebreos 1:3-4)

 

16 Ahora bien, la primera parte de la profecía no se ha cumplido todavía, pero el apóstol Pablo confirma su futura consumación cuando escribe a los discípulos de Cristo, que con él forman parte de la descendencia fiel: “Vuestra obediencia es bien conocida por todos y me alegro con vosotros de esto, pero quiero que seáis sabios con respecto a lo bueno e íntegros con respecto a lo malo. Cuando llegue el momento, el Dios de la paz triturará a Satanás bajo vuestros pies. (Romanos 16:19-20)

El castigo de la descendencia inicua llegará cuando todas las cosas sean restablecidas y el propósito de Dios para la Tierra haya triunfado. Entonces ‘la serpiente original’ con los suyos y sus obras, desaparecerán para siempre en el ‘lago de fuego que arde con azufre’ y que alegóricamente, significa una muerte total y definitiva porque el fuego consume todas las cosas sin dejar residuos.

 

17 Los profetas de la antigüedad predijeron con exactitud la ascendencia del que estaría a la cabeza de la descendencia fiel a Dios. Así, las Escrituras nos hablan de Sem y de la bendición recibida de su padre Noé, que dirigiéndose a sus hijos, dijo: Bendito sea Yahúh, el Dios de Sem, y llegue a ser Canaán esclavo para él. Conceda Dios amplio espacio a Jafet, y resida él en las tiendas de Sem”. (Génesis 9:24-27)

Nueve generaciones después, nació en Ur de Mesopotamia su descendiente Abraham, y el Dios de Sem le dijo: “Vete de tu país, de tus parientes y de la casa de tu padre, al país que yo te mostraré, pues haré de ti una gran nación, te bendeciré y haré verdaderamente célebre tu nombre, que resultará una bendición. Verdaderamente bendeciré a los que te bendigan y al que invoque mal sobre ti, le maldeciré; por medio de ti, ciertamente se bendecirán todas las familias del suelo”. (Génesis 12:1-3)

 

18 Yahúh bendijo y repitió su promesa a Isaac, hijo de Abrahán, e Isaac bendijo a Jacob, el segundo de sus hijos gemelos y Dios le bendijo reiterándole la promesa y llamándole Israel. Jacob tuvo doce hijos, que llegaron con el tiempo, a ser los patriarcas de las doce tribus, formando una nación familiar, y en su lecho de muerte, cuando Jacob bendijo a sus hijos, dirigiéndose a Judá, dijo: “En cuanto a ti, Judá, tus hermanos te elogiarán. . . . Cachorro de león es Judá. . . . El cetro no se apartará de Judá, ni el bastón de mando de entre sus pies, hasta que venga Silo; y a él pertenecerá la obediencia de los pueblos”. (Génesis 49:8-10) Silo, aquel a quien pertenecería el mando, nacería pues en la tribu de Judá, y cómo gobernante nombrado por Yahúh, recibiría en su momento, la obediencia de los pueblos que buscasen disfrutar de la bendición prometida a Abraham.

 

19 Seiscientos cuarenta y un años después, en el año 1070 antes del nacimiento de Jesús, David, descendiente de Judá y uno de los hijos de Jesé de Belén, fue ungido por Samuel cómo rey de Israel, reinando en Jerusalén sobre las doce tribus. Él conquistó toda la tierra que Dios había prometido a Abraham, y los pueblos conquistados se sujetaron a él.

Sin embargo, ni David ni su hijo y heredero al trono Salomón, obtuvieron la obediencia de todos los pueblos de la tierra. Esto correspondería a uno de sus descendientes, que sería ungido rey, no por un hombre, si no por Dios mismo, y recibiría un reino que duraría para siempre. La promesa fue: Tu casa y tu reino permanecerán para siempre ante mí; tu trono estará firme, eternamente. (2Samuel 7:16)


El rey que reinará sobre una Tierra en paz

 

20 Tras la división del reino de Salomón en dos naciones y la infidelidad de sus reyes, Israel se fue debilitando; las diez tribus que constituían el reino de Israel, fueron deportadas y desaparecieron entre las naciones,  pero en cumplimiento de la bendición que Judá recibió de su padre Jacob, el reino de las tribus de Judá y Benjamín permaneció, aunque sucesivamente dominado por otras naciones, hasta la llegada de Silo, el Mesías prometido. Después de su ejecución y de que los apóstoles diesen a conocer la buena nueva del Cristo a las gentes de todas las naciones, la nación judía había ya cumplido su cometido, aceptado o no, el heredero al trono de David se había presentado, cumpliendo las profecías que predecían los sucesos de su vida cómo hombre y había sido resucitado por Dios, sentándose a su diestra “mientras espera que sus enemigos le sean colocados como banquillo bajo sus pies”. (Hebreos 10:13) Cómo Pablo escribe a los discípulos, ya no había para Dios “ni judío ni griego, ni circunciso ni incircunciso, ni bárbaro ni escita, ni esclavo ni libre”, porque solo existía la unidad en el Cristo. (Colosenses 3:11) No era pues necesario que Dios continuase soportando las ofensas de una Jerusalén infiel, que fue dejada a su suerte y se sublevó contra Roma, siendo completamente destruida en el año 70 de nuestra era, con su gran Templo y con todos sus archivos genealógicos.

 

21 Desde entonces, ningún judío puede probar que es descendiente del rey David. Pero Jesús había ya sido reconocido en su día cómo descendiente de David y ni siquiera sus enemigos más feroces intentaron desmentir su genealogía registrada por Mateo y por Lucas en las Escrituras, ni el derecho que por nacimiento disfrutaba. Él es por tanto “el León de la tribu de Judá, el descendiente de David”, “el Cordero que fue sacrificado” y “es digno de recibir la autoridad, la grandeza, el conocimiento, el poder, el honor, la gloria y la bendición”, (Apocalipsis 5:5 y 12) “el Santo; el Veraz, el que tiene la llave de David: si él abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir”. (Apocalipsis 3:7) Él es quien ha redimido a la humanidad de la muerte heredada, poniendo a su alcance la vida sin final, y se dirige a sus discípulos para decirles: Yo, Jesús, envié a mi ángel para dar a conocer estas cosas a la congregación, yo, la raíz de David y la fulgurante estrella de la mañana”, exhortándoles luego con estas palabras: “El espíritu y la esposa dicen: ‘Ven’ y cualquiera que lo oiga, repita: ‘Ven’; venga quien tenga sed, y quien lo desee, beba gratuitamente el agua de la vida”. (Apocalipsis 22:16-17)

 

22 Aunque Jesús estaba legalmente legitimado para poder reinar sobre Israel, cuando Pilatos le preguntó: “¿Eres tú el Rey de los judíos?... Respondió Jesús: ‘Mi Reino no es de este mundo. Si mi reino fuese de este mundo, mi gente habría combatido para que no fuese entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí”. Insistió Pilatos: “¿Luego tú eres rey? Respondió Jesús: ‘Tú lo dices, soy rey; yo he nacido para esto y he venido al mundo para esto: para dar testimonio de la verdad. Todo el que pertenece a la verdad, escucha mi voz”. (Juan 18:33 y 36-37) La verdad que Jesús predicó fue la esperanza que los hombres debían poner en el futuro reino de Dios; él era rey porque había sido ungido por Dios para reinar sobre su reino, y en armonía con las palabras que Jesús dijo a Pilatos, este hizo que sobre el palo de su ejecución, se fijase un cartel con estas palabras: “Jesús el nazareno, rey de los judíos”. (Juan 19:16-22)

 

23 Viéndolo uno de los malhechores que habían sido condenados a morir con él y tenía esperanza en la resurrección, le suplicó: “Jesús, acuérdate de mí cuando vuelvas con tu reino”, (Lucas 23:41) y Jesús fortaleció su esperanza, contestándole: “Verdaderamente, hoy te digo que estarás conmigo en el paraíso”. (Lucas 23:39-43)

Estas palabras de Jesús se referían al momento de la resurrección, cuando todos los que fuesen juzgados merecedores, vivirán bajo su reinado, disfrutando de la Tierra paradisíaca que Dios había dispuesto para el hombre en un principio.

 

24 El paraíso prometido en las Escrituras debe ser para los seguidores de Jesús, una esperanza segura, y el reino de Jesús, una realidad. Antes del nacimiento de Jesús, Yahúh había enviado su mensajero a una virgen judía de la familia real de David, para anunciarle la disposición de  Dios y recibir su consentimiento. Cuando ella aceptó, Gabriel, el mensajero, le dijo: “Le llamarás por nombre Jesús. Éste será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre, y gobernará como rey sobre la casa de Jacob para siempre, y de su reino no habrá fin”. (Lucas 1:26-33)

 

25 Jesús demostró ser digno del reino que Dios le otorgaba, no solo por cumplir los requisitos anunciados por los profetas, también por su total fidelidad al designio de su Padre celestial.

Dice Pedro: “Cristo murió una vez para siempre por los pecados, un justo en favor de los injustos, que fue muerto en el cuerpo, pero que fue hecho vivo en el espíritu para conducirnos de nuevo a Dios”. (1Pedro 3:18-19) Así, “el primer Adán fue hecho alma viviente, mientras que el último Adán, un espíritu dador de vida”. (1Corintios 15:45) Y tras entregar su vida en redención de la humanidad, obtuvo la resurrección a una nueva vida cómo hijo espiritual de Dios, adquiriendo “una naturaleza tan superior a la de los ángeles, cuanto mayor es su responsabilidad en la posición que le ha sido otorgada”. (Hebreos 1:4) Con esto, llega a ser rey a la diestra de Dios en el cielo, cómo había profetizado el rey David, diciendo: “El cetro de tu poder lo extenderá Yahúh desde Sión: ¡Domina sobre tus enemigos! Para ti es la soberanía desde el día de tu nacimiento, en santo esplendor desde el seno, desde la aurora de tu juventud. Lo ha jurado Yahúh y no ha de retractarse: ‘Tú eres por siempre sacerdote, según el orden de Melquisedec’”. (Salmo 110:2-4)

 

EL tiempo se ha acortado

 

26 El reino terrenal del linaje de David fue destruido hace más de dos mil quinientos años, en el año 586 antes de nuestra era y no debía ser restaurado hasta el momento establecido por Dios para entregar el reino a quien él había designado. El profeta Ezequiel anunció de parte de Yahúh, al último rey de Israel: “En cuanto a ti, vil criminal, príncipe de Israel, cuya hora ha llegado con la última de tus culpas, así dice el Señor Yahúh: La tiara se retirará, se depondrá la corona, todo será transformado; lo humilde será elevado, lo elevado será humillado. Una ruina, una ruina, una ruina cómo jamás la ha habido; esto es lo que haré con él (el reino de Israel), hasta que llegue aquel a quien corresponde el juicio y a quien yo lo entregaré”. (Ezequiel 21:30-32)

 

27 Cuando este momento llegue, las potencias y gobiernos de las naciones de la Tierra habrán agotado su tiempo y el fracaso del gobierno del hombre por el hombre, será ante todos evidente. Entonces la bendición de todas la humanidad, que fue prometida por Dios a Abraham y a su descendencia, se efectuará mediante el heredero de la casa real de David, que será restaurada para un reino eterno, tal cómo Dios había anunciado.

Los acontecimientos actuales, prueban que pronto empezará la restauración del Paraíso en la Tierra. La dirección que el mundo ha tomado, muestra que el tiempo se ha acortado; se acerca el gran acontecimiento que la profecía bíblica designa cómo “la guerra del gran día del Dios Todopoderoso”, un día de juicio de las naciones “y el momento de juzgar a los muertos y de recompensar a” sus “servidores los profetas, a los santos y a los humildes o poderosos que muestran respeto por” su “nombre, y destruir a todos aquellos que destruyen la tierra”. (Revelación 11:18) Y el momento de juzgar “al Dragón, la antigua Serpiente, el llamado Diablo y Satanás”, (Apocalipsis 20:2) aquellos que bajo el mando de Cristo, constituyen la descendencia de la organización celestial del Todopoderoso, aplastarán la cabeza de su enemigo, tal cómo lo había dispuesto Dios y lo había anunciado en el jardín de Edén.

          

Dirijámonos pues hacia el paraíso restaurado en la Tierra

 

28 ¿Cómo sobrevivir al gran Día de Yahúh? Lo mismo que ocurrió con el patriarca Noé y su familia, que sobreviviendo al diluvio, tuvieron el privilegio de cultivar la tierra purificada convirtiéndola en un lugar apropiado donde vivir, sucederá con los que sobrevivan a la “gran tribulación” que acabará con este mundo inicuo que conocemos. Ellos llevarán a cabo bajo el gobierno de Cristo, el mandato encomendado a nuestros primeros padres de ‘sojuzgar’ la tierra y convertirla en el hermoso jardín que debía ser, mientras disfrutan de paz con Dios, de paz entre ellos y de paz con todas las criaturas de la Tierra, pues cómo los profetas habían anunciado, “en días futuros sucederá que el monte de la Casa de Yahúh será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas. Confluirán a él todas las naciones, y acudirán pueblos numerosos. Dirán: ‘Venid, subamos al monte de Yahúh, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y sigamos sus senderos’; porque de Sión saldrá la Ley y de Jerusalén, la Palabra de Yahúh. Él juzgará entre las gentes, será árbitro de pueblos numerosos, y forjarán sus espadas azadones y sus lanzas en podaderas. No levantará espada nación contra nación ni volverán a ejercitarse para la guerra”. (Isaías 2:2-4)

 

29 El Rey Davídico de ellos es el celestial Jesús Cristo, el Príncipe de Paz, y él impondrá “paz en la tierra.” No tendrá fin la paz de la Tierra bajo su reino. (Isaías 9:6, 7; Lucas 2:14) A la vez que los sobrevivientes terrestres de la guerra de Dios, se ocupen en cultivar y atender su hogar terrenal, tendrán la bendición del reino de Dios por Cristo, y se regocijarán al ver el Paraíso ir tomando forma y extendiéndose por todas partes. A medida que sus propias condiciones de vida vayan mejorando, su salud mejorará y los efectos de la vejez desvanecerán. Ya no tendrán por qué morir, prescindiendo de cuánto tiempo vivan, porque la humanidad ya se habrá puesto en el camino de regreso a la vida eterna en el Paraíso.

 

30 Al debido tiempo de Dios otra cantidad innumerable de personas se unirán a estos trabajadores en favor del Paraíso. ¿De dónde vendrán? No simplemente de las familias que ellos críen, sino principalmente de los muertos que estarán volviendo, los que estarán siendo resucitados del sepulcro. Jesús Cristo, “el Cordero de Dios”, no habrá sido degollado en sacrificio para nada. Su propia resurrección de entre los muertos es la garantía de Dios de que aquellos por quienes “el Cordero de Dios” murió también serán resucitados de entre los muertos bajo el reino del Cordero. (1Corintios 15:13-20; Hechos 17:31) El que todos los humanos muertos fueran levantados al mismo tiempo ciertamente crearía una “explosión demográfica.” Sin embargo, Jesús Cristo mismo dijo cuando estuvo en la Tierra: “Viene la hora en que todos los que están en las tumbas oirán su voz y saldrán” y los que habrán hecho cosas buenas a la vida eterna en el nuevo mundo de Dios. (Juan 5:28, 29) Jesús Cristo el Rey ha de llegar a ser el Padre Eterno para todos los del género humano redimido, y a medida que él los llame saldrán del sepulcro. No sabemos cuándo será que él llamará a aquel malhechor de hace diecinueve siglos; pero para ese tiempo el Paraíso bien debe estar extendido por toda la Tierra.

 

31 En el transcurso de los mil años del reinado de Cristo todo el sepulcro habrá sido vaciado por completo; no quedará un solo cementerio en la Tierra. El Paraíso es un lugar en el cual vivir para siempre, y no un lugar de muerte. Adán y Eva fueron echados del paraíso original después de haber pecado a fin de que murieran afuera. En cuanto a este Paraíso restaurado, extendido por toda la Tierra, resultará cierta la profecía confortante: “Y Dios mismo estará con ellos. Y él limpiará toda lágrima de sus ojos, y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento, ni clamor, ni dolor. Las cosas anteriores han pasado.” (Apocalipsis 21:3, 4).

¿Te encuentras entusiasta con esta alegre perspectiva para el futuro cercano, en “esta generación”? (Mateo 24:32-34) Por falta de tiempo no se cita de las profecías de la Biblia la descripción de la hermosura natural de la Tierra que refleja las glorias y la paz de la Tierra Paradisíaca bajo el reino de Dios por medio de la Descendencia de Su “mujer”. El camino de regreso a la paz en el Paraíso es por medio de ese gobierno celestial perfecto. Tu ya puedes comenzar a andar por ese camino de regreso. Sigue sin desvío en las pisadas del Cordero como Pastor amoroso. Él te llevará a salvo a la paz eterna en el Paraíso.