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El don de la justificación

 

1 El apóstol Pablo escribe que: “…la buena nueva… es el poderoso medio de Dios para llevar a la salvación a cualquiera que tenga fe... Por medio de ella se llega a saber que Dios concede la justificación cómo resultado de la fe, pues está escrito: ‘El justo vivirá por la fe’.” (Romanos 1:16..17 y Habacuc 2:4) Pero ¿Qué representa para los hombres la justificación que Dios les concede? Ante todo, y puesto que Pablo dictó sus cartas en griego, señalaremos que la palabra traducida cómo justificación procede del verbo dikaioô, y transmite el concepto de reconocer a alguien cómo persona justa. En el Nuevo Testamento este término aparece treinta y nueve veces, y es utilizado veinticinco por Pablo en la forma denominativa dikaios, que en voz pasiva significa ser absuelto o ser justificado, y en voz activa expresa la acción de absolver, amnistiar, declarar justo o justificar. Pablo declara que la justificación es un don o un regalo de Dios, que pone la vida perdurable al alcance de todos aquellos que muestran fe en sus disposiciones, y es la expresión de su reconciliación a través de Cristo, con la humanidad, porque “Dios… mediante Cristo, reconcilió consigo al mundo al no inculpar a los hombres de sus pecados…” De manera que los discípulos de Jesús pueden hablar a todos los hombres cómo de parte de Dios, diciendo: “Os suplicamos en el nombre de Cristo que os reconciliéis con Dios, pues él ha considerado pecador al que no conoció el pecado, para que nosotros pudiésemos ser justificados por medio suyo”. (2Corintios 5:19..21)

 

2 Y es que según el relato de las Escrituras, cuando libre y conscientemente, el primer hombre se desvinculó moralmente de su Creador, alejándose de la única fuente de vida existente, adquirió una vulnerabilidad física y moral que, junto con la muerte, transmitió a su progenie. Pablo escribe que “…tal cómo por causa del primer hombre, el pecado (o la trasgresión) entró en el mundo, por causa del pecado, la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos heredaron el pecado”. (Romanos 5:12) Siendo portadores de esta herencia, ha sido imposible para los humanos alcanzar una integridad moral perfecta, y por este motivo su rectitud ante Dios ha pasado a depender de que él se la atribuya generosamente, cómo un don o regalo.

 

3 Muchos siglos antes del nacimiento de Jesús, Dios había entregado a Moisés una ley para el pueblo, y el espíritu que trascendía de sus mandatos reflejaba todo aquello que la justicia y la rectitud moral implican. Por esta razón la Ley afirmaba: “Cualquiera que cumpla con todas las cosas escritas en la Ley, vivirá gracias a ellas. (Levítico 18:5; Romanos 10:5) Ahora bien, es evidente que un cumplimiento perfecto, profundo e irreprochable del espíritu y de la letra de aquella Ley, no podía admitir ni una sola trasgresión en el pensamiento, las motivaciones o el comportamiento de quienes buscasen ser justificados a través de ella, de manera que hasta la llegada de Cristo, ningún hombre pudo jamás alcanzar la justificación, y por tanto la vida, mediante su cumplimiento, porque la humanidad no puede ejercer una rectitud que no posee en sí misma. La Ley solo demostró la esclavitud de la humanidad al pecado, y proporcionó a los hombres una prueba tangible de cuan vital les resulta la misericordia de Dios.

 

4 Pablo dice: “Antes de que llegase la fe, (la fe se refiere aquí a la enseñanza de Cristo) mientras esperábamos a que nos fuese revelada, estábamos custodiados por la Ley, y en este sentido, la Ley ha sido para nosotros cómo un tutor que nos ha conducido a Cristo, para que fuésemos justificados mediante la fe...” (Gálatas 3:23..24) Porque “...dice la Escritura que ‘Abraham ejerció fe en el SEÑOR y por esto fue declarado justo’. Porque al que practica las obras, se le debe la paga, no se le adjudica cómo un don; pero al que no las practica y ejerce fe en aquel que justifica a los pecadores, se le adjudica su fe cómo justicia. (Romanos 4:3..5) Y ahora, “...se ha dado a conocer el modo en que Dios concede aquella justificación que la Ley y los Profetas anunciaban, la que Dios concede mediante la fe en Cristo, y que está al alcance de todos los que tienen fe, sin distinciones; porque cómo todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, todos son justificados gratuitamente gracias a su generoso don: la redención mediante Jesús Cristo; pues la fe en el poder redentor de su sangre, es la base para que Dios, por su misericordia, atribuya la justificación. (Romanos 3:21..25) Por este motivo el apóstol Juan escribe: “Dios nos manifestó su amor enviando a su Hijo unigénito al mundo, para que por medio de él pudiésemos obtener la vida. Pues nosotros no hemos amado a Dios, ha sido él quien nos ha amado a nosotros, y nos ha demostrado su amor enviando a su Hijo cómo sacrificio expiatorio por nuestros pecados”. (1Juan 4:8..10)

 

5 El sacrificio de expiación prefigurado en la Ley, anunciado por los profetas, y ofrecido por Cristo, procuró una base para que Dios justificase a los hombres. La observancia de una ley que ninguno podía cumplir cabalmente, dejó de ser necesaria; a partir de entonces Dios consideró la fe voluntariamente ejercida en la redención proporcionada por Cristo, cómo rectitud; y con esto, la condena a muerte que los hombres habían heredado, quedó abolida mediante la fe. La humanidad, que  ”…no fue sometida a la futilidad por voluntad propia, si no por la culpa de aquel que transgredió…” podía pues “mantener la esperanza de ser emancipada de la esclavitud a la corrupción (del envejecimiento y la muerte) para poder participar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios”, (Romanos 8:19..21) porque él, en su misericordia, había determinado que si “...el juicio de una sola trasgresión llevó a la condena, el don llevase de muchas trasgresiones a la justificación, y” que “si por medio de la trasgresión de un solo hombre reinó la muerte, por medio de un solo hombre, Jesús Cristo... la vida” reinase “en aquellos que reciban el generoso don de la justificación. De modo que “...tal cómo por una sola trasgresión la condena se extendió a todos los hombres, por un solo acto de justicia, la justificación que da la vida se extiende a todos los hombres, y tal cómo por la trasgresión de un solo hombre muchos fueron constituidos pecadores, por la obediencia de un solo hombre, también muchos son constituidos justos…” (Romanos 5:16..19)

 

6 Refiriéndose a esta salvación, los apóstoles escribieron: “...cuando llegó el momento de que la bondad de nuestro Dios y su amor por los hombres se pusiesen de manifiesto, nos salvó rescatándonos, pero no a causa de las obras justas, si no por su misericordia; y hemos nacido de nuevo mediante el bautismo, regenerados por el espíritu santo que él ha derramado abundantemente sobre nosotros, por medio de nuestro salvador Jesús Cristo. Justificados pues gracias a su generoso don, hemos llegado a ser herederos en armonía con la esperanza de una vida perdurable. (Tito 3:4..7) Porque vosotros “…habéis sido liberados… no por medio de cosas corruptibles cómo la plata y el oro, si no mediante la preciosa sangre de Cristo, que es cómo la de un cordero sin defecto ni mácula, predestinado antes de la fundación del mundo y revelado a vosotros en estos últimos tiempos”. (1Pedro 1:18..20) Por tanto “...ya no hay judío, ni griego, ni esclavo, ni libre, ni hombre o mujer, porque todos vosotros sois uno con Jesús Cristo”, (Gálatas 3:28) “...que se entregó a sí mismo en sacrificio propiciatorio por nuestros pecados, aunque no solamente por los nuestros, también por los de todo el mundo. (1Juan 2:2)

 

7 Esto quiere decir que mediante el bautismo en el nombre de Jesús, Dios nos hace renacer justificados a una nueva vida, y siempre que sinceramente guardemos la enseñanza apostólica y ejerzamos fe en sus designios, nos atribuirá la rectitud. El apóstol Juan escribió: “Hijitos míos, os escribo estas cosas para que no pequéis, pero si alguno ha pecado, tenemos cerca del Padre a Jesús Cristo, un justo que viene en nuestra ayuda...”, (1Juan 2:1) sin embargo, “...quien afirme estar en unión con él, debe caminar cómo caminó él. (1Juan 2:6) La personalidad de los discípulos de Jesús debe pues asemejarse a la de su Maestro en los deseos, las motivaciones, y los fines que guían sus hechos, que deben fundamentarse en el espíritu, en el amor, y en una fe sincera. Pablo dice: “…cualquier cosa que hagáis o digáis, sea en el nombre del Señor Jesús, mientras dais por medio suyo las gracias a Dios, el Padre”. (Colosenses 3:17) De esta manera, podemos tener la seguridad de que “...ni muerte ni vida, ni ángeles ni gobiernos, ni cosas presentes o futuras, ni poderes, ni altura o profundidad, ni ninguna otra creación, podrán separarnos del amor de Dios, y de Jesús Cristo, nuestro Señor. (Romanos 8:38..39)